La causa natural
Si un cadáver se hace público hay que hacerlo público del todo, sobre todo lo principal: no va a ser peor el motivo que el morirse
He aquí la muerte de Davide Astori, de 31 años, capitán de un club de fútbol, la Fiorentina. Por deformación profesional tengo una cierta obsesión con las muertes sin causa, entre otras razones porque no existen.
Por eso me entusiasma leer en el hospital, el lugar más conveniente para saber que aquí uno se sana pero también se informa, la consulta de este periódico a una doctora, Esther Etxerrazaga, sobre la muerte de Astori: “Que una persona de esa edad aparezca desplomada en la habitación de un hotel no es algo que pueda denominarse como natural (…) El fallecimiento de un varón sano de 31 años, que no presentaba antecedentes cardiacos y que se encontraba en perfecto estado, lo convierte en un proceso judicial para descartar que la causa de la muerte sea por causa violenta”.
Ese proceso lo había iniciado la Fiscalía de Udine bajo la perspectiva jurídica de “homicidio culposo”, un término que generó alarma, más incluso que el hecho de que Astori hubiera muerto solo, en su habitación, debido a un fallo cardiaco que apareció por sorpresa y del cual no podía haber la menor pista, que es lo que finalmente ha dicho la autopsia; esa alarma hay que apuntársela al progreso: en Deadwood hubieran muerto asesinados a la media hora de una muerte natural dos sospechosos habituales.
Pero no siempre se dan casos con este escrupuloso seguimiento. Basta con que las causas de la muerte sean otras —enfermedades que deben de ser tan oscuras que no se nombran, “largas y penosas”, “tristes enfermedades”— para ocultarlas por deseo de la familia o por un acusado sentido de la responsabilidad con el finado antes que con el público.
Más de una vez, y de diez, me he encontrado con muertos en los medios de comunicación de los cuales se nos cuenta todo sobre su vida y nada de la razón por la que han salido ese día en el periódico. He visto a actores, políticos y hasta una hermana de princesa muriéndose entre eufemismos. Yo creo que no puede uno morirse antes de los 40 años en silencio o entre adivinanzas ocupando minutos de televisión, ni que haya ciertas enfermedades, como el cáncer, que se deban ocultar, ni que los suicidios sean noticia según el día o el escándalo.
De Erika Ortiz se llegó a decir que había “aparecido” muerta en casa y que “no pasaba por un buen momento”, que ya tiene que ser mala suerte morirse por algo así. Si un cadáver se hace público hay que hacerlo público del todo, sobre todo lo principal: no va a ser peor el motivo que el morirse.
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