Vendetta electoral
Los italianos llenan las urnas de papeletas de protesta contra el sistema
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La ola de malestar con la clase política que está recorriendo las democracias ha llegado a Italia con una fuerza inusitada, barriendo a unos partidos ya de por sí debilitados por su gestión de la crisis económica y poniendo en entredicho la histórica capacidad de su sistema para generar estabilidad mediante pactos y componendas entre las élites.
La victoria, con el 32,7% de los sufragios, del Movimiento 5 Estrellas (M5S), una formación inclasificable en el eje izquierda-derecha pero muy eficaz a la hora de representar la ira y el desprecio que millones de italianos sienten por su clase política, es la muestra más evidente de la gravedad de esta crisis de confianza en el sistema.
El ascenso del partido fundado por el cómico Beppe Grillo no es la única mala noticia que han arrojado las urnas. Italia, precursora ya en los años noventa del siglo pasado del populismo y la destrucción de los sistemas de partidos que habían conformado la política democrática de la posguera, se enfrenta, además, a la emergencia de la extrema derecha de corte xenófobo, antieuropeísta y regionalista que representa la secesionista Liga Norte, la extrema derecha de Fratelli d'Italia y la minúscula Noi con Italia.
En una prueba más de la profunda crisis del sistema, Forza Italia, el partido del retornado Berlusconi, ha quedado, con el 14% de los votos, por detrás de la Liga Norte, con el 17,4%, haciendo prácticamente imposible —si es que esta palabra se puede aplicar a la política transalpina— que se pueda materializar el plan de situar al presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, como primer ministro. Matteo Salvini, líder de la Liga, que durante toda la campaña ha puesto a los inmigrantes en el punto de mira y calificado el euro como “un experimento político y social erróneo”, ni siquiera ha esperado a la asignación final de escaños para reclamar el puesto de primer ministro.
Alarma también el hundimiento del centroizquierda, encarnado por el Partido Democrático (PD) de Matteo Renzi, el gran perjudicado por un sistema de asignación de escaños que él mismo —que ayer presentó su dimisión— contribuyó a instaurar. En Italia, como en el resto de Europa, la socialdemocracia sufre para llegar al gobierno y para sobrevivir a su paso por él.
Por si fuera poco, las urnas han marcado una profunda brecha territorial e ideológica. Territorial entre un norte derechista y excluyente y un sur antisistema. Ideológica entre todos ellos y las formaciones, cada vez más minoritarias, que se han atrevido a defender la bandera europea como un proyecto de futuro. Aunque Europa no fuera el eje de la campaña, millones de votantes han optado por partidos y líderes que sistemáticamente culpan a Europa de muchas de las dificultades por las que atraviesa el país, incluyendo la crisis migratoria.
Italia ha votado en clave interna, pero el resultado de las elecciones da alas a los movimientos xenófobos y anti-europeos del continente. La economía puede haber entrado en una senda de recuperación y de superación de la crisis, pero las democracias están lejos de haber salido de la zona de riesgo. Urge reflexionar a escala europea sobre cómo devolver la confianza a los ciudadanos y la gobernabilidad al sistema democrático y de partidos.
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