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Columna
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Es lo que hay

La desideologización del PP y su concepción patrimonial del poder llevan a la arbitrariedad

Ricardo Dudda
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tras recibir al equipo español de los JJOO de Invierno, el pasado 27 de enero.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tras recibir al equipo español de los JJOO de Invierno, el pasado 27 de enero. EUROPA PRESS

El PP tiene una concepción patrimonial del Estado que le hace insensible a los demás partidos y sus demandas. Frente al “momento Ciudadanos”, aupado por las encuestas y a un año de elecciones autonómicas, municipales y europeas, el PP reacciona como si alguien entrara en su casa a removerles el puchero, a ensuciar la alfombra, a desordenar los cojines, a decirles cómo han de sentarse en la mesa. ¡Van a decirnos estos cómo se gobierna!

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El PP no ha agitado el fantasma del nacionalismo étnico. Podría haber sido mucho más duro y nacionalista contra el independentismo. También podría haberse ideologizado y criticado el multiculturalismo, la corrección política, la inmigración y demás tropos populistas comunes en la derecha europea. Es de agradecer que no lo haya hecho.

Solo ha sabido vender el relato de la buena gestión y la estabilidad, cada vez menos creíble. Piensa que diciendo que las cosas son así, y no de otra manera, la ciudadanía les creerá antes a ellos que a sus propios ojos (como ocurrió con el referéndum ilegal del 1-O).

No hay ideología en el PP de Rajoy, sino un culto a la política como gestión administrativa: es lo que hay. Rajoy es un gestor de lo existente. Su moderación y aparente cautela no surgen de la aceptación conservadora de la falibilidad humana. Tampoco hace una defensa ilusionante del patriotismo constitucional. El PP de Rajoy defiende un relato llano, un “sentido común”, que propicia una sensación de irreversibilidad.

Pero detrás de esa idea no hay superioridad sino resentimiento y paranoia: defienden la responsabilidad del Estado pero no dudan en ser desleales con quienes han intentado dialogar con ellos. Ciudadanos prometió un paquete de medidas sociales como condición para hacer presidente a Rajoy, y el Gobierno no ha cumplido con buena parte de ellas. Quizá el partido de Rivera debería monitorizar mejor al Gobierno, pero el PP es un partido generalmente desleal, y es una actitud que viene de años atrás. En la oposición, con tal de atacar al adversario, se le olvida lo que defiende en el Gobierno. Es algo que hacen casi todos los partidos, pero hay casos del PP graves, en temas que crean la poca identidad ideológica del partido. El PP ha criticado cualquier acercamiento de presos etarras, algo que promovió cuando gobernaba; pidió la abstención (cuando era Alianza Popular) en el referéndum de la OTAN; y en un momento de crisis como el de mayo de 2010 se opuso a las medidas de austeridad del PSOE, a pesar de que en esencia estaba de acuerdo.

Pedir un proyecto de país a un partido político se ha convertido en un cliché, y es algo a menudo abstracto y ambiguo. Pero la desideologización del Partido Popular y su concepción patrimonial del poder tienen como consecuencia la arbitrariedad, que es peor que la simple falta de un proyecto convincente.

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