‘Grandérrima’ Antártida, proclamo
El autor rememora su relación con el dibujante Forges y el sentimiento de profunda tristeza tras conocerse su muerte, en la madrugada del día 22, cuando llegaba a la isla antártica de Livingston
Esta es la primera entrada que escribo desde la base Juan Carlos I, en isla Livingston, apenas unas horas después de poner tierra por primera vez en territorio antártico. Mi primera intención era describiros la emoción y la alegría que se siente al vivir un momento así, la visión de los glaciares antárticos, la navegación del Hespérides por estas frías aguas salpicadas de increíbles formaciones heladas, pero estoy triste; una profunda tristeza me ha acompañado desde que la madrugada del día 22, poco antes de desembarcar del Hespérides, leí un whatsapp de mi mujer que decía: “Ha muerto esta noche Forges”.
A Antonio, como gran conversador que era, le hubiera encantado que le hablara en detalle de la Antártida a mi vuelta a España. Antonio Fraguas me apreciaba y no desaprovechaba cualquier ocasión en que coincidíamos para darme consejos y lecciones de vida, que yo siempre agradecí. Me sentí afortunado cada vez que coincidía con él en los viajes de la radio, con otros compañeros del programa radiofónico No es un día cualquiera. Mi primero de esos viajes fue en la primavera de 2005 a Campo de Criptana (Ciudad Real), y aquel fue mi primer encuentro con él y con su inseparable Pilar, a la que desde aquí, desde este frío e inhóspito lugar, mando un cálido y sentido abrazo.
El legado que deja Antonio es grandérrimo, una palabra de su cosecha —como tantas otras del universo forgiano— que sirve a la perfección para describir la Antártida. El tiempo parece detenerse en esta región de la Tierra, los paisajes le sumergen a uno en una especie de ensoñación, hasta el punto de no saber si lo que está viendo y sintiendo es real o fruto de su imaginación.
Mi primera visión del territorio antártico fue fantasmagórica. Una densa niebla recibió al Hespérides al llegar a las Shetland del Sur, tras una travesía de casi tres días por el mar de Hoces. En la cubierta de estribor surgió de repente la silueta de una isla, en su mayor pare cubierta de nieve y hielo. A partir de ese momento, se fueron sucediendo glaciares y montañas nevadas de escarpados relieves y formas imposibles. Los juegos de luces y sombras entre esas formas heladas, las nubes orográficas y la superficie marina, particularmente oscura, nos acompañaron durante las horas que navegamos frente a la parte sur de la isla Livingston. Cerca ya de la Bahía Sur —donde se ubica la base— dos icebergs de los grandes flotaban a la deriva y poco después, a primeras horas de la tarde, el Hespérides fondeó frente la base.
Faltaba desembarcar, todos estábamos preparados con los trajes especiales para subir a la zódiac, pero la maniobra se tuvo que abortar al aumentar súbitamente la intensidad del viento, lo que provocó un importante oleaje y arrastró multitud de pequeños bloques de hielo que, en cuestión de minutos, rodearon el barco. La Antártida en estado puro. No pudo ser hasta el día siguiente, con las primeras luces del día, cuando desembarqué en isla Livingston y me instalé en la base Juan Carlos I. Ahí permaneceré las próximas dos semanas y desde aquí os contaré mis vivencias y conoceréis a mucha de la gente que me acompañan y las cosas tan interesantes que hacen. Grandérrimas personas y grandérrrima Antártica, proclamo. DEP Antonio Fraguas “Forges”.
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