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Columna
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El secreto zen de Rajoy

El Estado, como cualquier sistema complejo, funciona en buena medida solo

Sergio del Molino
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la Moncloa, el pasado 1 de febrero.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la Moncloa, el pasado 1 de febrero. Uly Martín

Cuando deje de ser presidente del Gobierno (si tal cosa llega a suceder, y no se jubila en el cargo), Mariano Rajoy haría carrera como coach. En un par de libros y unos tutoriales de Internet, podría revelarnos los secretos de su serenidad. Ni mindfulness,ni yoga, ni meditación, ni nada: un poco de prensa deportiva, un puro de vez en cuando y caminar deprisa por el monte. Y algo más que no nos ha contado aún y que explicaría cómo sigue tan pancho a la cabeza de un Gobierno en minoría tan débil que no puede ni aprobar unos Presupuestos y que debe gestionar la mayor crisis política de la historia democrática desde 1978. Por mucho menos, hay monjes budistas que se han derrumbado en ataques de ansiedad y pánico.

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Pero a Rajoy (y a todo su Gobierno) no solo no se le descoloca la corbata, sino que se permite la chulería de amenazar a sus socios de investidura, diciéndoles que no los necesitan para los Presupuestos porque, a decir verdad, no necesitan ni Presupuestos. Lo dijo Montoro, que es el encargado de decir estas cosas. Y tiene razón. No se va a hundir el país por una prórroga de Presupuestos. Tampoco se hundió cuando estuvo un año sin Gobierno. Los trenes salieron a su hora, los funcionarios cobraron su nómina cuando tocaba y se recaudaron los impuestos sin novedad. El Estado, como cualquier sistema complejo, funciona en buena medida solo, y la Administración española es moderna y eficaz. También se ha liquidado (hasta que haya nuevo presidente) la Generalitat de Cataluña y en las Ramblas no han dejado de vender flores.

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La fortaleza de Rajoy se basa en la convicción de que nadie ni nada es imprescindible y de que el mundo funciona al margen de las voluntades de quienes creen manejarlo. Una especie de nihilismo activo, muy contradictorio, pero práctico, que ni siquiera se pregunta qué pasará cuando los ciudadanos se den cuenta de que la tranquilidad del capitán se debe a que el piloto automático lleva mucho tiempo puesto y no hay ninguna intención de coger los mandos. ¿Para qué queremos un capitán, entonces?

Un Estado que funciona demasiado bien puede dejar obsoletos a los políticos, como los robots dejaron sin trabajo a muchos obreros. Pero, por grande que sea el descrédito de los partidos y de algunas instituciones, un Estado tecnocrático sin orientación ni dirección política es lo más cerca que podemos estar de una pesadilla de Kafka. Alguien debería romper el éxtasis zen de Rajoy e inocularle un poco de estrés y ansiedad. Incluso de pánico. Cualquier cosa que le obligue a coger los mandos o a cedérselos a otro que tenga ganas de pilotar.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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