Naty Abascal, algo más que una pija fina andaluza
Quien un día fue duquesa de Feria, sigue siendo musa de fotógrafos y diseñadores de moda, trabajando y reinventándose a los 75 años
No es como dicen. Así podría empezar y acabar una crónica sobre Naty Abascal, una mujer a la casi todo el mundo cree conocer y pocos saben realmente cómo respira y con qué pie comienza a andar cada uno de los días de su vida. Su voz atildada de raíces andaluzas pasada por la pátina de años de vivencias en Estados Unidos, le pone la primera etiqueta: pija fina andaluza. Su porte elegante, impecable en cualquier ocasión, de rostro esculpido y maneras de diosa le cuelgan la segunda: elegante señora pudiente de las de toda la vida. Su segundo matrimonio con Rafael Medina, el fallecido duque de Feria, título de raigambre en España, con señorial casona familiar en Sevilla —la Casa de Pilatos, el palacio de los Medinaceli— y sus continuas apariciones en la prensa rosa rodeada de lo más granado de la jet set patria e internacional, le añade la tercera: aristócrata ociosa que no tiene necesidad de trabajar y sí mucho tiempo libre para dejarse ver y recorrer el mundo.
Ninguna de ellas es verdad, pero tampoco del todo mentira, porque Naty Abascal, (74 años) tiene cara A y B como los antiguos discos de vinilo. En una de ellas está su vida pública y glamurosa. Y en la otra, una mujer de fuerza poderosa y actividad incansable, que continúa trabajando a punto de cumplir los 75 y que ha sufrido cambios y revolcones en su vida que a otros les hubieran borrado la sonrisa para siempre.
Para quienes se resista a abandonar los tópicos enumerados más arriba hay que hacer algo de historia. Naty Abascal nació en una familia de 11 hermanos de padre abogado y una madre que fue la primera mujer que se lanzó a abrir una boutique en Sevilla. Tiene una hermana gemela, Ana María, y junto a ella dio sus primeros pasos en el mundo de la moda cuando, con 21 años, el modisto Elio Berhanyer les propuso presentar su colección en Nueva York durante la Exposición Mundial de 1964. Allí conocieron al fotógrafo Richard Avedon y bajo su lente llegaron a protagonizar un extenso reportaje de moda para la revista Harper's Bazaar. Solo unos meses después, Naty voló ya en solitario y fue portada de la misma publicación. La fama de Avedon y el prestigio de la cabecera de moda empujaron su cotización como modelo y ella no dudó en trasladarse a Nueva York para trabajar con los mejores. Consiguió un contrato con la agencia Ford, en ese momento una de las más importantes de Estados Unidos, y su trabajo incansable y su silueta de maniquí combinada con su capacidad de interpretación hicieron el resto. “Posar es puro teatro”, afirmó en 2013 cuando realizó un reportaje para la revista SModa. “Tienes que entender cada vestido y a su diseñador. Yo imagino qué emoción quieren transmitir y trato de realzarla al llevar una prenda. Para eso hace falta cierta sensibilidad artística”.
Ha sido musa y amiga personal de Óscar de la Renta y de Valentino; trabajó con Woody Allen en 1971 para su película Bananas; Salvador Dalí pintó su cuerpo para un anuncio de televisión; posó desnuda para el número de julio de 1971 de la revista Playboy y su desnudo también fue portada de la revista Interwieu fundada por Andy Warhol.
En otro país y otra época Naty Abascal habría sido diosa del Olimpo que alcanzaron en los noventa supermodelos como Cindy Crawford, Claudia Schiffer, Naomi Campbell o Linda Evangelista. Pero ella regresó a Sevilla en 1975 tras un matrimonio roto de cinco años, y en julio de 1977 se casó en la ermita del Rocío con Rafael Medina, duque de Feria y Grande de España. No perdió ni una pizca de estilo, pero dejó las pasarelas aparcadas por la vida familiar y se convirtió en la madraza de Rafael (1978) y Luis (1980).
Siempre ha sido icono de elegancia en el vestir, pero también tuvo oportunidad de demostrar su saber estar cuando poco después de separarse del duque de Feria, el padre de sus hijos marcó uno de los escándalos de la España de la época y terminó ingresando en prisión en marzo de 1993 acusado del rapto de una niña de cinco años y de tráfico de drogas. Su obsesión entonces fue alejar a sus hijos adolescentes del conflicto y, sin fortuna propia pero con la ayuda de su círculo de influyentes, hizo lo que supuso su mayor sacrificio como madre, separarse de ellos para que estudiaran en Estados Unidos, donde vivieron en casa de su amigo, el diseñador Óscar de la Renta.
Naty Abascal se reinventó. Ha seguido viviendo como musa, trabajando como asalariada —en la actualidad lo hace como estilista para la revista ¡Hola! y no falta a un desfile de las pasarelas que marcan la moda en el mundo— y amando sin que se le haya vuelto a conocer públicamente una pareja, aunque se la ha relacionado con un banquero de primera línea y con Ramón Mendoza, uno de los expresidentes del Real Madrid.
“Ha sido capaz de hacer el tránsito de maniquí a influencer”, dicen fuentes del sector. “Consigue marcar moda y es capaz de mezclar estilos que en otras personas resultarían ridículos”, añaden. Sin ser nativa digital se ha lanzado a las redes sociales y sabe manejar su Instagram para alimentar esa curiosidad que despiertan quienes viven por y para el glamour aunque su vida no siempre sea color de rosa. Igual se pone un modelo firmado por Óscar de la Renta para una boda, que se planta un Zara para ir a la ópera y ella lo luce como si fuera alta costura. Y, días después, se sienta en la primera fila de un desfile, al lado de mileuristas de la información de moda, tomando notas como la que más y derrochando simpatía de compañera de fatigas. No importa que después Valentino la invite a su yate en verano o a su chalet de Gstaad en invierno. Naty Abascal no es como dicen.
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