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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El peligroso péndulo de los fármacos opioides

El rápido aumento de la prescripción de analgésicos derivados de la morfina alerta sobre el riesgo de sobremedicación

Milagros Pérez Oliva
Píldoras de un analgésico que contiene opioides.
Píldoras de un analgésico que contiene opioides. Toby Talbot (AP)

Morir con dignidad y sin sufrimiento es hoy algo así como una lotería: depende de dónde vivas y de qué mueras”. Un extenso trabajo publicado en este diario en 2005 explicaba que en España no estaba garantizada una muerte sin dolor. La resistencia de los médicos a recetar analgésicos opioides por miedo a la adicción condenaba a los enfermos terminales a soportar un dolor innecesario. España era uno de los países que menos utilizaba este recurso de probada eficacia contra el dolor. Dieciocho años después, el péndulo nos ha situado en el lado opuesto. Si entonces se recetaban menos de los necesarios, ahora se recetan demasiados. El peligro no es ahora que muchos enfermos que los necesitan no tengan acceso a estos potentes analgésicos derivados de la morfina, entre los que figuran el tramadol y el fentanilo, sino su banalización hasta el extremo de que se puede estar creando un nuevo problema de salud pública por sobremedicación.

En diez años ha aumentado la prescripción en más de un 60%. El fentanilo se receta ahora en España el doble que la media de la UE. Y más que en EE UU. Al principio su utilización estaba limitada al tratamiento de enfermos terminales de cáncer, grandes quemados o tratamientos posquirúrgicos. Desde que la Agencia Europea del Medicamento amplió las indicaciones al dolor crónico por artrosis o procesos como la fibromialgia, se ha disparado la prescripción. Aunque la mayor parte se concentra en personas mayores, cada vez se utiliza más en pacientes jóvenes con dolor que a menudo va acompañado de cuadros de ansiedad y depresión. En estos casos, el riesgo de adicción es mayor pues con el tiempo se va generando una tolerancia al fármaco que exige aumentar las dosis para lograr el mismo efecto.

El problema es que estos fármacos, como la heroína, inciden sobre ciertos neurotransmisores del sistema nervioso central relacionados con el mecanismo de recompensa, de manera que, además de amortiguar el dolor, generan una sensación de bienestar y euforia que acaba siendo adictiva. Lo saben bien en EE UU. El uso inadecuado de estos medicamentos ha provocado un gran número de adictos y un aumento de las muertes por sobredosis. Al fentanilo, que puede ser hasta 50 veces más potente que la heroína, se atribuyó en 2016 la muerte de Prince. En ese país, cuando los enfermos tienen problemas para acceder a la medicación porque se han quedado sin seguro médico o por otras causas, recurren al marcado negro de heroína. En 2016, la Agencia Antidroga contabilizó 12.898 muertes por sobredosis, un 328% más que cinco años antes. El problema ha cobrado tal dimensión que se ha decretado emergencia nacional.

Al movimiento pendular que se ha producido en España no es ajena la intensa campaña de promoción que han llevado a cabo las tres principales empresas farmacéuticas que comercializan fármacos opioides ofreciendo formación a los médicos y financiando asociaciones de pacientes. Pero en salud hay que ir con mucho cuidado. No siempre más es mejor. Muchas veces es peor.

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