El Holocausto en Polonia
Las leyes no pueden servir para ocultar la historia, sino para evitar que se repita
La ley aprobada el jueves por el Senado polaco, que castiga con hasta tres años de cárcel cualquier mención a la responsabilidad directa de polacos en el Holocausto —entre ellas la utilización de la expresión “campos de concentración polacos” para hacer referencia a los que levantaron los nazis en Polonia—, no contribuye a fijar la memoria de unos hechos que caracterizan uno de los mayores crímenes de la humanidad. Y al mismo tiempo abre una peligrosa vía de revisionismo sobre una atrocidad cuyo eco resuena con fuerza a casi 73 años de la derrota de Adolf Hitler.
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Tienen toda la razón los sucesivos Gobiernos polacos en negarse a aceptar —como lo han hecho y han informado constantemente sobre ello— la expresión “campos de concentración polacos”, porque fue el régimen nazi de Alemania quien los ideó, construyó e hizo funcionar. En esos campos murieron exterminadas millones de personas, entre ellas ciudadanos polacos en su mayoría judíos. Polonia, indiscutiblemente, fue una víctima del nazismo. Es más, a diferencia de otros países ocupados, en Varsovia jamás existió siquiera un Gobierno colaboracionista títere. Y resulta innegable el papel desempeñado por ciudadanos polacos no judíos para salvar a sus compatriotas judíos.
Pero no resulta menos evidente que hubo gravísimos y documentados episodios en los que otros polacos colaboraron en la denuncia, captura, detención y asesinato de judíos. El Holocausto no fue un hecho exclusivamente alemán. La maquinaria de la muerte encontró manos cómplices en muchos países sojuzgados por la ideología hitleriana, y entre ellos también está Polonia.
Las leyes no pueden servir para ocultar la historia, sino para evitar que se repita. Aunque no lo pretenda, esta ley puede dar alas a tesis negacionistas, de ahí las protestas. Los únicos totalmente inocentes fueron las víctimas. El Holocausto fue un crimen tan espantoso que nadie desea verse salpicado por él. Pero ocurrió.
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