La sorprendente conexión entre el Opus Dei y el rock español
La historia de la música española no hubiese sido igual sin la participación de la institución religiosa
Llevaba la camiseta pegada, una cazadora de cuero estrecha y vaqueros de campana. O sea, vestía como estrellas del rock setentero. Su nombre: Vicente Mariskal Romero. Edad: veintitantos. Profesión: agitador y periodista. La época: mediados de los setenta en España, con Franco recién fallecido y todavía en pie mucho de su represor sistema. Su objetivo: poner en marcha la primera discográfica española dedicada al rock español, que diese cabida a bandas que empezaban a dar sus primeros pasos: Leño, Asfalto, Bloque, Tequila... Y, de repente, apareció el Opus Dei.
"Lo que tenían que haber hecho estamentos progresistas lo hizo la iglesia con una gran visión de negocio", dice a ICON el periodista y locutor Vicente Mariskal Romero (Isla Cristina, Huelva), que en 2018 cumple 70 años. Y añade: "Fui compañía por compañía ofreciendo la idea de crear un sello para los grupos españoles de rock. Todas me dijeron que no. Hasta que llegué a Zafiro, unos visionarios del Opus Dei. Gente de iglesia y muy de derechas, pero que supo ver una línea de negocio".
"Nuestra jefa era numeraria del Opus. Me dijo: 'Manten a los peludos lejos de la oficina'. Esa fue una de las condiciones para crear Chapa. Yo era el único contacto. Ella me decía constantemente que debía 'ser un buen chico' y cosas así" Vicente Romero, creador de Chapa Discos
Se remonta Romero hasta mitad de la década de los setenta, cuando en España triunfaban cantantes melódicos y cantautores. Era 1975. Franco acababa de morir y el rock vivía su época de máximo esplendor en el resto del mundo. En España empezábamos a desperezarnos. En ese contexto arrancaron su andadura bandas pioneras que, cantando en español, canalizaban a través del rock lo que pasaba en la calle, pero que no interesaban en absoluto a las discográficas. Sobrevivían instaladas en el más profundo underground.
Sin embargo, sí que interesaban al público de su generación, ávido de libertad, de cambios y, sobre todo, de un rock en español con el que identificarse. Eso lo sabía bien Romero, que ya gozaba de cierta fama gracias a su labor como locutor radiofónico y a sus saraos en vivo, en los que esos grupos sí tenían cabida. Con una respuesta del público que indicaba que ahí estaba pasando algo y que propició la edición en 1975 del recopilatorio Viva el Rollo, primera grabación comunal con varias bandas emergentes como Burning o Tilburi... cantando en inglés.
"Había grupos que imploraban por encontrar una compañía. Una noche después de un festival en Campo de Criptana, Asfalto me pillaron en una furgoneta y me convencieron para ayudarles. Así que me veo de pronto haciendo la ruta de los sordos, que es como se llamaba: consistía en ir por todas las compañías proponiendo que apoyaran a grupos nacionales sin ningún resultado", relata Romero.
Como buen conocedor de la industria, el periodista andaluz tocó todas las puertas y se acercó a Zafiro sabiendo que "cogían lo que las multinacionales no querían". "EMI, CBS... Todas las grandes corporaciones mundiales se empezaron a implantar aquí en los setenta y con lo que venía de fuera tenían de sobra", señala, al tiempo que insiste: "Cuando empecé a ofrecerles producto nacional me dijeron que no les interesaba, que estaba loco, que el rock cantado en castellano no iba a funcionar".
Romero propuso a las compañías crear un sello discográfico para los grupos españoles. "Todas me dijeron que no hasta que llegué a Zafiro. En teoría eran los más retrógrados, del Opus Dei. Pero tuvieron valentía, se dejaron su dinero y abrieron las puertas a lo que no quisieron las grandes discográficas, que ofrecían lo que venía fuera y, del producto nacional, a Julio Iglesias, Mocedades, Camilo Sesto...".
Así nacía Chapa Discos, subsello integrado en Zafiro que arrancaba en 1978 con la grabación de dos discos de debut, uno de los madrileños Asfalto y otro de los cántabros Bloque, ambas formaciones de rock urbano con tintes progresivos.
La mano derecha de Romero fue Luis Soler, trabajador de Zafiro que se convirtió en aliado y director artístico de Chapa, quien en la biografía de Leño, Maneras de vivir, de Kike Babas y Kike Turrón, recuerda: "Embaucamos a la compañía para crear un sello con producto nacional que recogiese todo ese movimiento que se estaba fraguando. El súper director de Zafiro era García Marenco, alguien a quien ni se veía en su despacho, alto standing. Era un tipo ya mayor, el fundador, de la época de Marisol".
"Mi jefa era Carmen Grau, una que, en fin, ser del Opus a su lado era ser liberal. Eran gente que me dejaban hacer, más o menos, pero eran gente de censura", apunta Soler, al tiempo que describe al productor ejecutivo, Antonio Ortega, como "un señor al que le daba lo mismo todo eso del rock nacional". Romero añade: "Nuestra jefa, Carmen Grau, era numeraria del Opus. Me dijo: 'Manten a los peludos lejos de la oficina'. Esa fue una de las condiciones para crear Chapa. Yo era el único contacto. Grau me decía constantemente que debía 'ser un buen chico' y cosas así".
"Nos obligaban a firmar un contrato por el que se quedaban con el 50 por ciento de los derechos de autor. No sabíamos lo que firmábamos y así nos lució años después"
Rosendo Mercado, fundador de Leño
Contra todo pronóstico, la apuesta de la discográfica resultó ser ganadora, mucho más de lo que todos los implicados esperaban, con Asfalto y Bloque vendiendo "excelentemente bien" con sus debuts homónimos de 1978. "Así empezaron a darnos más cancha", reconoce Romero, convertido en productor (sin nada de experiencia) de Chapa Discos por exigencia de Zafiro, que pretendía así abaratar costes.
Admite el periodista su inexperiencia entonces, pero defiende: "Puede que no sean los discos que mejor suenan, pero sí son los que la gente sigue recordando, porque se hicieron con sangre, sudor y lágrimas". Y agrega: "Los grabábamos con presupuesto para 50 horas en el estudio Audiofilm de Madrid. Cuando salen Asfalto y Bloque venden 15.000 o 20.000 ejemplares. Eso era una burrada. Fue cuando nos dieron carta libre".
Llegaron después el estreno del argentino Moris, Fiebre de vivir (1978), con sus compatriotas Tequila como músicos. Tras ellos, más nombres de la contracultura callejera del rock de la Transición a finales de los setenta como Leño, Cucharada, Ñu, Topo, Mermelada e incluso Kaka de Luxe. Una nómina valiente entonces, clásica ahora, que se amplió con el heavy de Barón Rojo y Obús en los primeros ochenta.
"Hicieron una cantidad de dinero impresionante a cambio de prácticamente nada", destaca Romero, quien incluso llevaba personalmente a los grupos para que "firmaran la editorial", que consistía básicamente en ceder los derechos de las canciones a la compañía.
"Yo no entendía lo que era eso entonces: el grupo firmaba y nos metíamos a grabar", asegura Romero, quien subraya que él nunca pidió derechos de autor. Y aquí viene la queja a Zafiro: "Los contratos eran leoninos. Nadie sabe realmente los discos que se vendieron". "Hay que reconocer también que nadie quería ese producto, pero Zafiro arriesgó y a cambio se guardaba las espaldas con el tema de la editorial", concede Romero, para apostillar después que ahora esos derechos editoriales han acabado en la multinacional Universal y los originales de las grabaciones en la también multinacional Sony.
En el libro Conversaciones con Rosendo (Fundación SGAE, 2003), el rockero de Carabanchel habla así del contrato que firmó su grupo, Leño, con Zafiro: "Nos obligaban a firmar un contrato editorial por el que se quedaban con el 50 por ciento de los derechos de autor. No sabíamos lo que firmábamos y así nos lució años después. A mi me preocupaba grabar, no tenía ni idea de lo que pudiera generar. La verdad es que con los gerifaltes [de Zafiro] no teníamos ninguna relación ni confianza, pero los currantes eran todos fans de Leño". Cuando Leño se separaron, en 1983, la compañía puso todas las trabas a Rosendo para frenar su carrera en solitario. Y lo consiguió. Fueron a juicio y el rockero no debutó en solitario hasta dos años después, en 1985.
"Eran los únicos que fichaban a grupos de rock, de modo que para las bandas aquello ya era un logro, aunque las condiciones dejasen mucho que desear. Se aprovechaban de esto ofreciendo unos derechos de autor que ni la caridad... Ganaron con todos muchísimo dinero", explica Luis Soler.
Esto hizo inevitables los encontronazos entre artistas y discográfica, que aún hoy los músicos recuerdan con dolor. Pero entonces no podían hacer nada contra personajes como "Octavio, el clásico abogado engominado de la compañía", según le recuerda Soler, antes de zanjar: "Utilizaba tretas y engaños".
Concede Mariskal en este punto que las tretas de la compañía no fueron correctas, pero con la claridad que da la distancia, no duda al poner en valor que Zafiro se gastara "el dinero para llevar a Asfalto a Londres en 1979 y que con Barón Rojo hicieran un esfuerzo impresionante para ir hasta Inglaterra y Japón". Por eso opina que ambas bandas quizás fueran un poco "ingratas", pues la compañía ganaba dinero, pero "también se esforzaba mucho, aunque estaba condenada a morir y acabar absorbida por multinacionales". Y eso pasó: a finales de los ochenta Zafiro (y con ella Chapa Discos) fue absorbida por BMG Ariola, que luego fue comprada por Sony.
Aún sin olvidar los sinsabores, Romero (que sigue en la brecha en el portal mariskalrock.com y como director de la revista Heavy Rock) sigue hablando de aquellos años como una "lucha bonita". Y añade: "Mereció la pena el esfuerzo, las amarguras, las quejas de los músicos y todo lo que pasó. Después yo seguí mi camino desde mitad de los ochenta. Pero fíjate, los antiguos trabajadores de Zafiro nos reuniremos este febrero en Madrid para una comida. Ese legado sigue vivo y eso es precioso".
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