Rehén de Puigdemont
El 'procés' deja a Cataluña a merced del plan rupturista de un iluminado
Los acontecimientos posteriores a las elecciones autonómicas del 21 de diciembre no dejan lugar a la duda: el independentismo unilateral está dispuesto a seguir su hoja de ruta. El fracaso del procés, la pérdida coyuntural de la autonomía por la aplicación del artículo 155 y los propósitos de enmienda de algunos de los líderes secesionistas encarcelados pudieron generar la ilusión de que el separatismo catalán encontraría otras vías —legales y más moderadas— para seguir avanzando en el autogobierno y ganarse la mayoría social que aún no ha logrado para su proyecto. Su empeño, sin embargo, por investir presidente de la Generalitat a Carles Puigdemont, fugitivo de la justicia, perfila unos contornos mucho más radicales y dañinos para Cataluña. Hoy, como se está demostrando, una de las regiones más ricas de Europa es un mero rehén de un iluminado sin proyecto político con gran dominio de la escena mediática.
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A estas alturas, sin embargo, es ocioso criticar los desvaríos de Puigdemont, que en Dinamarca se ha vuelto a presentar como la víctima perseguida de un Estado de corte franquista y totalitario y eludiendo responder acerca de su poco respeto por la ley. No. A estas alturas, es al bloque independentista en su conjunto al que corresponde interpelar sobre la finalidad de sus juegos malabares y sobre el proyecto, en definitiva, que proponen para Cataluña más allá de la búsqueda del conflicto con el Estado con la defensa a ultranza de una investidura imposible. Difícil imaginar hace bien poco que CiU, el partido europeísta y hegemónico de Cataluña, ahora llamado Junts per Catalunya, terminara en tan poco tiempo en manos de un caudillo insustituible, abrazando los principios del peor populismo.
ERC intenta jugar a la ambigüedad, pero, más allá de sus palabras, sus actos demuestran que la formación republicana se ha quedado sin discurso propio y sigue prisionero de ese camino a ninguna parte que abandera Puigdemont. La carta enviada por el nuevo presidente del Parlamento catalán Roger Torrent a Mariano Rajoy es una aparente invitación al diálogo que insiste en la transgresión de las normas y en la negación de la separación de los poderes del Estado al pedir al Ejecutivo que facilite la investidura del político en fuga porque lo contrario “comportaría la vulneración de derechos fundamentales”.
Todo parece indicar que el regreso a la normalidad habría dejado de ser una opción para el bloque independentista. A fuerza de radicalizar a sus bases —especialmente las de JxC— no vale la política de la ley y la razón. Torrent no fijó ayer fecha de investidura, en contra de los usos habituales. Ni siquiera la urgencia —señalada también por ERC— de formar Gobierno y poner fin al 155 es capaz de modificar comportamientos asentados ya en la estrategia de desestabilización del que consideran su contrario. Sembrados los vientos, se sienten cómodos en la tempestad. El juez Llarena se ha negado a entrar en el juego de Puigdemont y lo ha hecho con argumentos jurídicos de calado político. La pelota está otra vez en el tejado del independentismo. El juego continúa. ¿Hasta cuándo?
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