Hemeroteca
Rajoy, como el ordenador de su amigo Bárcenas, ha sufrido la destrucción completa de su conciencia
¿De qué pasta hay que estar hecho para escucharte a ti mismo en televisión pedir la dimisión de una persona por lo mismo que a ti te acaba de suceder y no dimitir inmediatamente? ¿A qué grado de cinismo has de llegar para aguantar la visión de una intervención tuya riéndote de la inoperancia de una ministra ante una catástrofe natural sin pedirle perdón públicamente cuando en idénticas circunstancias demuestras la misma ineptitud que ella para resolverla? ¿Qué estómago hay que tener para tragarte sus propios chistes y bromas sin mover el rostro cuando en lugar de otra eres su destinatario, porque ahora eres tú el que gobiernas?
Hasta ahora pensaba que Rajoy era distinto de todos los demás políticos españoles por su invulnerabilidad y capacidad para resistir las críticas (El que resiste, gana es su lema, heredado de su amigo Camilo José Cela, no lo olvidemos), pero, viendo estos días imágenes televisivas en las que desde la oposición bromeaba en público con la falta de capacidad mental de una ministra socialista por no haber sabido atajar las consecuencias de una nevada como la que hemos sufrido estos días, he comenzado a dudar de que sea así y a sospechar que quizá al presidente del Gobierno lo que le ocurre es que ha perdido la cabeza.
Sólo desde la desmemoria, desde el borrado completo de los recuerdos, como los del ordenador de su amigo Bárcenas, a base de martillazos, que el ejercicio largo de la política debe de dar, puede entenderse su falta de reacción ante unas imágenes que a cualquier otro lo destrozarían. Porque ya no se trata de declaraciones en las que defendía la honestidad de colaboradores que le defraudaron luego, que le puede pasar a cualquiera, o de manifestaciones públicas de las que luego tuvo que desdecirse (todo el mundo cambia de opinión), sino de afirmaciones hirientes e impertinentes que con el tiempo se han vuelto en contra de él como si se tratara de escupitajos al cielo. Por muy cínico que seas, por mucha piel de elefante que tengas, por más cuajo gallego que te adorne, no es posible mirar sin pedir perdón y sin cesar a continuación al ministro correspondiente, o dimitir tú mismo, las imágenes que te muestran una y otra vez riéndote de una persona que como tú tuvo la mala suerte de que le nevara mucho para lo que está preparado este país en el que la nieve es un elemento extraño. Por eso pienso que Rajoy, como el ordenador de su amigo Bárcenas, ha sufrido la destrucción completa de su conciencia a fuerza de recibir golpes y ya no se reconoce a sí mismo cuando se ve.
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