El Chicle
Cuando la pasada Navidad trata de secuestrar a otra chica, una cadena de azares le hunde definitivamente
A Hannah Arendt le sorprendía que el genocida Adolf Eichmann actuase en su juicio como un escrupuloso contable, un puntilloso funcionario de la muerte en masa de inocentes judíos.
No era un retorcido, no era un desequilibrado, no exhibía saña, parecía un tipo normal. La banalidad del mal era —descubrió la filósofa y cronista— la práctica del mal como un mero ritual para medrar en la vida, subir en el escalafón, ganar más pasta.
A veces sonreímos, superiores, ante los vecinos sorprendidos en su buena fe porque uno del barrio ha sido detenido por presuntos delitos graves, “y parecía tan normal”: ayudaba a los viejitos a cruzar la calle, empujaba el coche del bebé del quinto si su mamá lo necesitaba... A los confiados vecinos les pasa lo que le pasó al inicio a Arendt, solo que esta lo pudo averiguar.
Lo sorprendente de la trayectoria de El Chicle, el homicida confeso (quizá asesino) de la joven Diana Quer, es casi exactamente lo contrario. Por lo que se va sabiendo, su vida está jalonada de hechos desequilibrados, sañudos, anormales, si es que los hechos pueden calificarse así. Y a veces, muy azarosos.
En 2005 es acusado de violación por la hermana gemela (17 años) de su mujer, Rosario. No la cree ni el fiscal, y tiene que irse.
En 2007 es juzgado y condenado (a dos años de cárcel) por pertenecer al clan Os Fanchos, una banda de narcotraficantes en la que figuran algunos familiares: hace de delator de su propio tío, uno de los jefecillos.
Tras rumiarse que está en el foco de los investigadores por la muerte de Diana, pide a Rosario —y a los cuñados que viven con ellos— que le cubran con una coartada la noche de autos. Le cubren, y será instructivo saber por qué (¿por “dominador”?), con una coartada que a cualquier profano haría sospechar: que habían ido por ahí a... robar gasoil.
Cuando la pasada Navidad trata de secuestrar a otra chica, una cadena de azares le hunde definitivamente: ella se resiste y grita lo bastante; él va lesionado y le faltan fuerzas para dominarla; un par de chavales pasan justo por ahí; la víctima logra grabar en el móvil el sonido de lo que está sucediendo.
Todo es sorprendente. Acaso, lo que más, que no sorprenda. O que no parezca sorprender.
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