Nacimiento
Los bebés que nacen ahora lo van a arreglar. Salvarán el planeta con su inteligencia, su bondad solidaria, la herencia de nuestro amor, y su compromiso con el futuro
El azar quiso que hace algunos años viera nacer en Iowa City a mi ahijado Eero en una noche de invierno blanca y fría. Acompañar a sus padres, una española y un finlandés, en el increíble periplo de su nacimiento fue hermosísimo. Su madre se puso con contracciones a media tarde, y yo, que me había estudiado a fondo varias páginas webs que detallaban los pormenores sintomáticos de un parto, estaba convencida que nacería esa noche. Mi amiga, no tanto, pues el nacimiento de su hija Elia casi dos años antes, le había dado ya algunas coordenadas sobre el asunto.
Sin embargo, el niño quiso nacer esa noche, y estaba nevando y hacía mucho frío, y terminamos en el hospital con los médicos de guardia. En la habitación donde nació mi ahijado se armó el belén. Fue un espacio de trasiego, nervios, confusión y exaltaciones desbordadas, con los facultativos entrando y saliendo. Para colmo, estábamos sin la matrona que era la que conocía bien el embarazo. Justo se había puesto enferma ese día, por lo que el parto fue cosa de los médicos de guardia que se agolpaban alrededor. Mi amiga, que sufría los dolores de parto gritaba “no puedo”, y yo le respondía “sí puedes”. Tumbada en la camilla con las piernas abiertas le estaba resultando muy duro empujar. Quería ponerse de cuclillas, pero no le dejaban, porque no estaba la matrona, no conocían el historial de la gestación y todo sucedía muy deprisa.
El entregado esposo, meditabundo, silencioso y preocupado, acariciaba la cabeza de mi amiga y le daba delicados besos. El niño llegó después de gritos, contracciones dolorosísimas y esfuerzos sobrehumanos de su madre. La escena fue tan extraordinaria, y quedé tan sobrecogida por la emoción, que siempre que me duele el presente y dudo de la humanidad, la traigo a mi memoria para reconfortarme y no perder la esperanza. Creo que la fe de todas las religiones, y la lógica de los agnósticos y de los ateos, coincidirán conmigo en lo alucinante, lo increíble y lo maravilloso que es que sigamos naciendo. Que nuestra especie continúe celebrando la existencia en cada nuevo nacimiento.
Algunos me regañarán por ser tan ilusa. Me recordarán que esos pequeños llegan a una realidad desigual, esquilmada, contaminada y llena de guerra y miserias. Pero yo sé que en cada nacimiento está la esperanza más pura. Que esas nuevas generaciones que ahora nacen lo van a arreglar. Serán los que logren construir un mundo mejor, en paz y más justo. Salvarán el planeta con su inteligencia, su bondad solidaria, la herencia de nuestro amor, y su compromiso con el futuro.
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