Anacronismos del sistema electoral español
La jornada de reflexión y la prohibición de publicar sondeos días antes de los comicios están superadas por los tiempos modernos
En vísperas de los comicios generales de 2008, convocados para el 9 de marzo, las delegaciones de Gobierno y las Juntas Electorales Provinciales prohibieron las manifestaciones del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Las marchas coincidían con la jornada de reflexión y se quería evitar que cualquier acontecimiento alterara el silencio que debe imperar antes de la cita con las urnas. Incluso el Tribunal Superior de Andalucía vetó la celebración de la jornada reivindicativa en las calles, una decisión que fue corregida más tarde por el Constitucional, según el cual “la mera posibilidad” de vulnerar el derecho de participación política no podía anular el derecho de reunión y manifestación. La doctrina, a partir de entonces, es que en la vigilia electoral se permiten concentraciones siempre y cuando la capacidad de influir en el electorado sea remota.
Guardar 24 horas de apagón electoral es algo anacrónico. Muchos países de nuestro entorno permiten hacer mítines, repartir panfletos y, en general, realizar cualquier tipo de acto de carácter propagandístico hasta el mismo día de las votaciones. En Reino Unido, por ejemplo, la única restricción es la de hacer campaña a menos de 250 metros de un colegio electoral mientras están abiertas las urnas.
Hay quienes defienden la jornada de reflexión como una manera de serenar el ambiente generado durante la campaña. Un paréntesis para apaciguar la tensión, un alto el fuego en los rifirrafes propios de la contienda política. También hay quienes opinan que la jornada de reflexión puede servir para madurar el voto, aunque los politólogos insisten en que muy pocos electores deciden su papeleta en el último minuto. Ese día de silencio sirve, como mucho, para enmudecer el martilleo de la mercadotecnia de los partidos, el bombardeo de los anuncios televisivos y ese aluvión de proclamas que inunda los medios. Ese día, los candidatos se limitan a hablar de generalidades. Apelan a la participación pero no piden el voto directamente.
Sea obsoleta, anacrónica, irrelevante o inútil, la jornada de reflexión forma parte de la liturgia electoral. Y ahí está, instalada y respetada cada vez que los ciudadanos son llamados a las urnas. Una vieja inercia que se mantiene viva. Igual da que Internet haya revolucionado los sistemas de información. En España, la jornada de reflexión, de momento, no se toca. Como tampoco se altera la prohibición de publicar encuestas cinco días antes de los comicios.
Los medios tradicionales cumplen a rajatabla esta restricción, pero los digitales burlan esta censura sin ningún tapujo. Basta con alojar una página web en Andorra o en Bélgica para dar rienda suelta a los sondeos en el último tramo de la campaña, los que más suelen acercarse a los resultados definitivos. Adoptar el modelo de EE UU, donde las televisiones difunden encuestas en la costa Este mientras se vota en la costa Oeste, quizá sea un salto excesivo. Pero el veto a los sondeos no encaja en los tiempos modernos.
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