_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mi Derry

Pasé por ese lugar cientos de veces. Pero lo había olvidado por completo: su existencia, su nombre, su ubicación

Leila Guerriero
Una persona circula en bicicleta por la calle.
Una persona circula en bicicleta por la calle. © GETTYIMAGES

Estoy releyendo It, de Stephen King, la historia de unos amigos que viven en la escalofriante ciudad de Derry y que en el verano de 1958 hacen algo terrible para combatir el horror que allí habita. Luego se van del pueblo y, después de un tiempo, ya no recuerdan nada de lo que sucedió: la amnesia impide que el recuerdo del horror termine por matarlos. Hace poco alguien que nació y se crió en la misma ciudad en la que yo nací y me crié, y de la que me fui a los 17, me mencionó “la bicicletería de Bruno”. Fue una magdalena escandalosa. Yo fui decenas de veces a esa bicicletería. Con mi bicicleta marca Aurorita, con la gigantesca bicicleta de mi abuelo que mi madre me prohibía usar (temía que los golpes que me daba, cayendo con las piernas abiertas sobre el caño, me dejaran estéril), con las de mis hermanos. Pasé por ese lugar cientos de veces. Pero lo había olvidado por completo: su existencia, su nombre, su ubicación. Recuerdo de esos años tantas cosas: la trama de mi suéter rojo, mi madre zurciendo medias con un mate-calabaza, el olor de mi padre cuando volvía del campo, las manos prodigiosas de Osvaldo Moris, mi profesor de guitarra. Pero es tanto más lo que olvidé. Hoy salí a correr, en Buenos Aires, pensando en esa bicicletería. De pronto, cuando doblaba en la calle Matienzo, recordé cosas: las patadas en los tobillos que nos daba un profesor de Educación Física para que nos ordenáramos en fila; los alaridos de mi profesora de Teoría y Solfeo cuando no sabía una escala —“¡dia-tó-ni-ca! ¡¿No entendés?!”—; el profesor de natación que empujaba a los que no se atrevían a arrojarse desde el trampolín más alto; mis compañeros de colegio hablando de “los piojosos de la Casa del Niño”, un hogar para chicos carenciados. My own private Derry, me dije, y seguí corriendo. Rápido y lejos, como una persona profundamente asustada.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_