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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘El Padrino’ y la memoria feliz del espectador

Las encuestas, si bien no sirven para estructurar niveles de calidad razonables, sí son útiles para detectar el consenso dominante entre espectador y crítica

Jesús Mota
Marlon Brando en una escena 'El Padrino' de Francis Ford Coppola.
Marlon Brando en una escena 'El Padrino' de Francis Ford Coppola. Getty Images

Ante una encuesta sobre “Las quince mejores películas de la historia” (con las opiniones de los usuarios de FilmAffinity e IMDB) cabe hacer dos observaciones básicas. La primera es sencilla: apelar a una comparación simple. De la encuesta se deduce que El Padrino (I y II) son las mejores películas de la historia; y que la tercera mejor es Doce hombres sin piedad. Mencionar las doce restantes sería fatigoso, así que vaya la primera pregunta. ¿De verdad los dos Padrinos son las mejores películas de la historia? ¿Mejores que, por citar algunas, Avaricia de Stroheim, que Nosferatu de Murnau, Ordet de Dreyer, Centauros del desierto de Ford o M de Lang? ¿Suscribirían todos y cada uno de los encuestados su misma preferencia interrogados de forma individual y argumentada? Y, por rizar ligeramente el rizo, ¿los Padrinos son mejor que Psicosis (decimocuarta posición) de Hitchcock o Tiempos modernos (decimotercera) de Chaplin?

Se puede responder, con razón, que el resultado de una encuesta es un haz estadístico y, por lo tanto, la interpelación individual está fuera de lugar. Y aquí aparece la segunda aproximación. Una encuesta sobre cine (o sobre pintura o literatura, tanto da; ¿cuál es la mejor novela de la historia?) carece de respuestas válidas, salvo que se recurra a una estructura similar a la que proponía Andrew Sarris para los directores (estratos de calidad, formados por varios nombres, de importancia decreciente). Pero es que una encuesta tiene como objetivo comercial primario la confrontación y el disentimiento. Quien examina los resultados busca contrastar —y rechazar— el referente que se le ofrece. Las encuestas sobre La mejor... pretenden explotar el impulso al rechazo del observador, según el modelo de enfrentamiento vigente en España: “Este (o estos) no tiene(n) ni idea”.

El objetivo secundario no es consciente, pero se presenta como un efecto nítido e inevitable. Las encuestas, sobre todo si se refieren a productos de gran consumo y con historia (como el cine), reflejan principalmente la edad y la experiencia de quienes responden; su memoria feliz y su tiempo vital. Un lector contemporáneo, interrogado sobre cuál es la mejor novela de la historia, difícilmente pensará en Mateo Bandello o en Apuleyo. Existe una selección preinstalada en el espectador (y en el lector) determinada por su conocimiento de aquello por lo que se inquiere y por las pautas establecidas por consenso entre el espectador y una crítica que tiende a sustituir el análisis por el gusto personal y por la mitología papanatas (véase Star Wars).

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Las encuestas, si bien no sirven para estructurar niveles de calidad razonables, sí son útiles para detectar el consenso dominante entre espectador y crítica; limitado, eso sí, por la memoria. Tendrá que pasar una generación antes de que los preguntados se olviden de El Padrino (muy respetable, por cierto) y en su lugar construyan, incluso estadísticamente, una respuesta que sea a la vez clásica para la memoria de quien contesta y coherente con la tendencia dominante de su tiempo.

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