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Columna
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Ser o estar

Hay que adaptar la Constitución a la realidad. Después de 39 años intocada, ya toca

Josep Ramoneda
Acto de conmemoración del 39 aniversario de la Constitución.
Acto de conmemoración del 39 aniversario de la Constitución.Uly Martín (EL PAÍS)

La reforma de la Constitución vuelve a estar en el debate, pero no se aprecia en los actores políticos la convicción que requeriría. Suena como estribillo voluntarista de discursos impotentes para articular una salida a la crisis catalana, una vaga promesa con la esperanza de entretener con ella al soberanismo. El PSOE es el representante genuino de esta actitud, el PP, con su genética conservadora, se resiste a un cambio que le da miedo.

Y, sin embargo, la Constitución viene dando señales de agotamiento desde hace tiempo. Y prueba de ello es que Mariano Rajoy ha acabado forzando sus costuras, desprecintando un artículo 155 que estaba por estrenar, ante la incapacidad de resolver políticamente la cuestión catalana. Sé que desde algunos sectores esta decisión es un argumento a favor de la Constitución, que habría demostrado recursos suficientes para defenderse cuando se pretende subvertirla. Pero en democracia tener que acudir a las medidas excepcionales es siempre expresión de un fracaso.

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Ciertamente, la Constitución lleva inscritos algunos pecados de origen, por el hecho de que el régimen nació de una transición sin ruptura (con la excepción del famoso saludo republicano del presidente Tarradellas: “Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí”). Pero el problema de la Constitución es el inmovilismo de sus gestores, el pánico a abrirla por parte del PSOE y el PP que a partir de los años ochenta entraron en un proceso de patrimonialización del sistema político, que reforzó el lado excluyente de la Constitución.

Fue con la crisis de 2008 que se abrió el debate. Primero, con el cuestionamiento de los dos partidos propietarios del régimen: un PP atrapado en las tramas de la corrupción y un PSOE en pérdida de rumbo ideológico. El malestar social se transformó en ruptura del bipartidismo (en este marco no cabemos todos) con la irrupción de Podemos y el salto de Ciudadanos. Después, con la enmienda a la totalidad del independentismo, que provocó la lógica reacción de repliegue en defensa de la Constitución, convirtiendo en sospechosos a quienes se resistan al frentismo e intenten ampliar el campo, Podemos, por ejemplo.

Puede que la reforma de la Constitución exija plazos demasiado largos para las urgencias del presente. Pero el resurgir del nacionalismo español en la acción-reacción con el nacionalismo catalán, vuelve a plantear la cuestión del ser y del estar. Una Constitución inclusiva es la que permite estar sin necesidad de ser, estar en España sin necesidad de ser español y garantizando el respeto mutuo, es decir, el pleno reconocimiento.

Es la segunda revolución laica: que separa patria y Estado, difícil en un país que aún no ha culminado la primera (religión y Estado). Hacer la Constitución más inclusiva es adaptar la Constitución a la realidad y no la realidad a la Constitución. Después de 39 años intocada ya toca.

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