Intemperie
Estamos volviendo sin saberlo a la Edad Media mientras creemos vivir en la modernidad
“Hay barro donde estaban las gallinas / Cómo recuerdo sus manos despellejando a la liebre / Acción / Acción y delicadeza / Hasta que no aparecía la primera mancha no podíamos cantar…”. Estos versos son de una chica joven, María Sánchez, una veterinaria andaluza que combina el ejercicio de su profesión con la contemplación de la naturaleza y con el cultivo de la poesía. Cuaderno de campo es su primer poemario y va ya por su quinta edición.
A 1.000 kilómetros de distancia, en las montañas del Pirineo catalán, otro autor joven vinculado al campo ha escrito durante años una serie de reflexiones sobre su pervivencia que acaba de publicar la editorial riojana Pepitas de Calabaza, siempre sensible a estos temas, con el título de Vidas a la intemperie. En él, Marc Badal, su autor, viene a decir que el mundo en el que vivimos es el que crearon los campesinos, pero que estos desaparecen sin que nadie escriba su historia.
Quedan pocos, cada vez menos, añadiría uno corroborando el diagnóstico de Badal y los que quedan se sienten cada vez más solos. A la intemperie, como escribió el extremeño Jesús Carrasco, que revolucionó la narrativa española hace poco con una novela que lleva también ya muchas ediciones. Sigue ahí latiendo, por lo que se ve, esa herencia campesina que todos llevamos dentro lo queramos o no, nos enorgullezcamos o nos avergoncemos de ella, que de todo hay.
Contra lo que se cree, en la Edad Media en Europa el campo estaba vacío, pues era un lugar peligroso a merced de cualquier incidencia. Las personas se refugiaban tras las murallas de las ciudades como ahora volvemos a hacer. Hoy los peligros del campo ya no son los invasores o los bandoleros que lo asolaban cada cierto tiempo, sino los que le procuran otro tipo de enemigos invisibles, pero no menos temibles que aquellos: la soledad, la marginación social, la falta de atención y de servicios, el olvido... Estamos, pues, volviendo sin saberlo a la Edad Media mientras creemos vivir en la modernidad. Las murallas de nuestras ciudades ya no se ven, pero están ahí. Son todos esos prejuicios y la ignorancia que de la tierra tenemos los que nos separan de ella y de quienes aún la trabajan, que cada vez son menos. Creemos que despreciando nuestro pasado campesino nos desprendemos de él cuando la realidad es que nos volvemos más pobres, más indefensos ante la naturaleza, más vulnerables a esa intemperie de la que huimos como de la peste apiñándonos en unas ciudades que cada vez se parecen más a aquel fuerte de frontera desde el que contemplaba con miedo el desierto de los tártaros el protagonista de la novela de Dino Buzzati.
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