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MIRADOR
Columna
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El ‘Coco’ en la red

Tan peligrosa es una calle oscura como un chat de voces secretas que envenena la intimidad silenciosa de la infancia que juega sola

Grabado dedicado al 'Coco' de la serie los 'Caprichos', de Goya.
Grabado dedicado al 'Coco' de la serie los 'Caprichos', de Goya.

Goya tiene un grabado de su serie Los caprichos dedicado al coco. Al parecer, al extraordinario pintor aragonés le parecía problemático asustar y alimentar la imaginación de los niños con fantasmas y seres inexistentes. En el grabado aparecen dos niñas aterrorizadas abrazándose a una mujer, mientras contemplan una silueta fantasmal cubierta con una manta. Esta imagen es de finales del siglo XVIII, y en ese contexto se ha llegado a interpretar desde una perspectiva condescendiente. Se definía como una superstición interesada de las mujeres de clases populares para controlar a los pequeños. Sin embargo, no ha sido un personaje tan vano como aventuran algunos. En las leyendas del folclore infantil con las que crecí estaba el inquietante hombre del saco. A los niños nos gustaba jugar en la calle, nos protegíamos los unos a los otros, y sabíamos que cuando caía la noche había que volver a casa. Éramos conscientes de nuestra vulnerabilidad y de que el mundo de los adultos tenía un lado oscuro del que debíamos desconfiar y alejarnos. Existía el coco, y tenía diferentes formas, por eso estar alerta y socorrer a nuestros amiguitos era una regla básica que teníamos que aprender, para poder salir a jugar sin supervisión.

En estos días, en que existe un mundo paralelo en la Red, trato de imaginarme cómo hacen los padres para enseñar a sus hijos de forma convincente a resguardarse de los cocos que deambulan por ella. De niña me explicaban claramente que abriera bien los ojos. ¿Estamos ahora preparados para educar a los niños y a los adolescentes a navegar de forma segura? El mundo de Internet permite compartir información y ayuda al desarrollo del conocimiento. Pero al igual que los espacios de la realidad en que nos movemos, está lleno de grietas. El coco ha descubierto la impunidad de las redes, y se frota las manos sabiendo que muchos padres son perezosos, atolondrados, y no quieren entender que sus hijos son víctimas potenciales. Hay niños y adolescentes paseando por las redes sin criterio gracias a los navegadores web incorporados a las consolas, móviles, ordenadores o tabletas. Los cocos están allí, listos para acosarlos y llevarlos a su saco. Los cocos son parte de una realidad virtual que acecha a los menores y proliferan en las ventanas de contenidos tóxicos, explícitos y violentos y dañan gravemente su desarrollo mental. Tan peligrosa es una calle oscura como un chat de voces secretas, que envenena la intimidad silenciosa de una infancia que ahora sale a jugar sola en el espacio virtual.

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