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CLAVES
Columna
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¿La Europa que protege?

Urge salir de los placebos políticos

Máriam M-Bascuñán
El presidente francés, Emmanuel Macron, espera a un invitado en el Palacio del Elíseo en París, Francia.
El presidente francés, Emmanuel Macron, espera a un invitado en el Palacio del Elíseo en París, Francia.Gonzalo Fuentes (REUTERS)

Aunque tarde, por fin reconocemos que las sociedades están cargadas de emociones, y que la ira, el miedo, el resentimiento, también conforman el relato sentimental de nuestras democracias liberales. El tronco común de ese ramillete de sensaciones es la percepción generalizada de inseguridad. La incertidumbre ante el futuro, la pérdida de identidades que se pensaban fijas, la desregularización del mercado y la violencia son factores en parte responsables de la cultura política inestable en la que vivimos.

Durante mucho tiempo pensamos que el deber de la razón era reprimir las emociones, antes que orientarlas hacia mejores direcciones. Las turbulencias políticas del último año nos han concienciado de que negar las emociones en el espacio público no implica que dejen de motivar la acción de las personas. Para apaciguarlas, no sirve la respuesta defensiva, el regreso al calor del Estado-nación, ignorando la complejidad de un mundo interconectado y cambiante. Urge salir de los placebos políticos.

Quizás por eso Macron se decidiera a lanzar la idea de “una Europa que protege”. Tras su epidermis, habría un latido melancólico, el abandono de la pretensión de universalizar unos valores que, al ser buenos para nosotros, quisimos extender al resto del mundo. Convertir a Europa en excepción, antes que en un modelo común, tendría sentido en un orden global que azuza su incertidumbre espoleado por los Trump, Putin, Xi Jinping o Erdogan de turno. Pretenderíamos guardarnos a Kant en un mundo irremediablemente hobbesiano.

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¿Tiene sentido que Europa se pliegue sobre sí misma para proteger su modo de vida y recuperar un proyecto que emocione y calme nuestras ansiedades? Convertirla en fortaleza numantina implicaría comunitarizar unos valores que ya son de todos, extirparlos de un imaginario humanista que nació con vocación global. Supondría, de hecho, renunciar a la fundamentación universalista de los derechos humanos, que quedarían adscritos a una cultura más: una opción entre muchas. Pero no debe ser el miedo el que guíe a Europa: arribar a puerto y plegar velas. Como a Ulises, debería guiarnos nuestro afán de aventura, aquel viaje perenne a Ítaca que nos cantó Kavafis. @MariamMartinezB

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