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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperpento plus

Puigdemont se burla del exilio histórico, perjudica a los suyos y provoca a los belgas

El País
Puigdemont en el edificio de la fiscalía en Bruselas.
Puigdemont en el edificio de la fiscalía en Bruselas.NICOLAS MAETERLINCK (AFP)
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Editorial | A grotesque escapade

A la circense fuga de Carles Puigdemont y algunos fieles a Bruselas, le siguió el sainete de nombrarse Gobierno provisional. Y ahora culmina en la provocación, vía judicial, de “la peor pesadilla” para el Gobierno de Bélgica, según la define su prensa.

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La escapada, secreta para medio ex-Gobierno, ha perjudicado a los exconsejeros que arrostraron sus responsabilidades en España, al presionar en apariencia en favor de medidas cautelares fuertes para evitar el riesgo de fuga. La actuación de Puigdemont será divertida para algunos, pero trágica para quienes tuvieron la desgracia de haber compartido Gobierno con él.

La autodefinición de Gobierno en el exilio es risible por cuanto no tiene nada que gestionar, contra lo que ocurrió con la Generalitat o los Gobiernos republicanos en el exterior durante el franquismo. Manejaron asuntos como la protección de los exiliados, el patrimonio y los archivos, las relaciones institucionales con otros países que les mantuvieron reconocimiento. Por eso las ocurrencias del expresident sonarán a cuerno quemado a supervivientes y herederos de aquellos que lograron en condiciones horrorosas (imperio nazi, divisiones internas) resultados escasos, pero siempre con empeño de dignidad.

Los problemas creados al sistema judicial y político de Bélgica por el depuesto presidente demuestran que solo logra expandir la inestabilidad y contagiar el caos. Ratifica que los pocos simpatizantes del procés en Europa son movimientos extremistas como los racistas flamencos (a los que agitan, debilitando un Gobierno de coalición de difícil arquitectura) y la Lega noritaliana, alineada con el lepenismo francés. Por sus compañías les conoceréis.

Y, sobre todo, el episodio belga proyecta la imagen inversa a la que viene pretendiendo: su presunta validación internacional se convierte en rechazo de los únicos que quizá podrían habérsela dispensado. Desairan hasta a sus pretendidos amigos: no contentos con intentar la desestabilización de España, repiten la tentativa con ellos. ¿Es este el europeísmo que cabe esperar del movimiento indepe? Apañado va, y con él, menoscabada la imagen de Cataluña y en parte empañada la de España.

Puigdemont se reclama presidente legítimo de un Gobierno legítimo. Pero no es Gobierno, sino solo los rastros en pedazos que quedan del mismo. Ni es legítimo, pues conculcó la legalidad. Ni ostenta autoridad ninguna: el propio Puigdemont, porque ha vuelto a mentir, tras perjurar que no volvería a presentarse a ninguna elección, escudándose en razones familiares; y su fantasmal Gobierno, porque no parece que el intento de unificar las fuerzas que le han dado apoyo parlamentario, conformando una candidatura única, tenga visos de éxito en el plazo para formar coaliciones, que termina hoy.

Resulta amargo para Cataluña, y para la España comprometida con la Cataluña autónoma y autonomista, comparar la sobria resistencia de Josep Tarradellas durante 40 años con las vergonzosas meteduras de pata adolescente de su sucesor en tan solo una semana.

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