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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
Movilización ciudadana

Las calles no siempre fueron nuestras

La importancia del papel de la calle en las movilizaciones ciudadanas

Las calles del Borne, Barcelona
Las calles del Borne, BarcelonaAmaury (Flikr, Creative Commons)
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"Las calles serán siempre nuestras", fue uno de los coros más utilizados por el movimiento independentista a lo largo de las recientes manifestaciones en Cataluña. "Las calles también son nuestras", respondían los unionistas que acudieron a Barcelona el 8 y el 29 de octubre. Y es que cuando el sistema político es incapaz de responder a las expectativas de sus ciudadanos, estos salen a la calle. Recientemente pasó con el con las primaveras árabes, con Occupy Wall Street, con el Movimiento 15 M, con las diadas catalanas o con la manifestación por los refugiados. Las calles, las plazas, siempre han sido ese espacio natural de protesta y manifestación de inconformismo ante las élites políticas que se distancian de las voluntades de sus pueblos.

Cuando entrevistamos a Enrique Peñalosa, actual alcalde por segunda vez de la ciudad de Bogotá, con el proyecto Hacia la Ciudad Humana, nos habló del concepto de la piel de la ciudad. Se refería al espacio público que hay entre edificios, tan ignorado por muchos, que en definitiva es lo que da carácter y personalidad a las ciudades: las calles, las plazas, los parques, las terrazas.

Uno de los principales riesgos es llegar a un modelo de ciudad que abandona sus características particulares y acaba en una homogeneidad donde todas las calles parezcan las mismas y que cuando uno camina por sus centros comerciales no sepa si está en Estambul, Bangkok, Bogotá o Barcelona.

Las calles como espacio publico en muchas ciudades del mundo han sido abandonadas a su suerte por no generar un interés especial de uso o consumo para las élites que gestionan y gobiernan el país. En este sentido, las calles y el espacio publico en general, en palabras de Peñalosa, para muchos siguen siendo ese espacio desagradable y hostil que han de atravesar mientras van de un espacio privado a otro. En esas cápsulas que llaman coches, con aire acondicionado, se trasladan desde sus casas al trabajo, del centro comercial a sus clubs de deporte,

Cuando Weber mencionaba que “el aire de la ciudad hace libre”, hablaba de un concepto de libertad de movimiento, de asociación, de vínculos entre diferentes ciudadanos y grupos, que obviamente ocurría en las calles. En ese contexto, las calles y el espacio publico se presentan como espacios de interacción y convivencia, de cooperación y creación, de intercambio de ideas y surgimiento de revoluciones, con la complejidad de la inmediatez y espontaneidad que genera el contacto de la inevitable presencia.

Lefebvre criticó lo que él consideraba la imposición de los deseos de las élites que administraban la ciudad, transformando el espacio, las calles, en puestos de mercancías para la circulación de bienes y convirtiendo a los ciudadanos en consumidores de los mismos.

Ante esta tendencia imperativa de instrumentalizar la sociedad para unos pocos, las calles se anteponen como fuerzas de resistencia, agitándose ocasionalmente para promover el desequilibrio. En algunos casos provocan la disolución de lo concebido como norma, en otros generando ese caos a veces necesario que crea disrupciones que dan forma a nuevos modelos de gobernanza, a nuevos sistemas de concertación, a nuevos marcos de cohesión social.

Cuando Jane Jacobs sugería que antes de intervenir en una ciudad hay que observar bien y entender sus calles, se refería a comprender la vitalidad humana que fluye a través de ella: cómo la usan los transeúntes, cómo están organizados los vecinos, dónde juegan los niños, dónde y por qué se moviliza su ciudadanía. En definitiva, entender sus calles y aprender a interpretarlas.

La calle para Jacobs era un gran observatorio humano, donde uno puede identificar las tendencias ciudadanas, sus preferencias, sus puntos en común, sus divergencias. También eran centros naturales de interacción, vitales para la resiliencia urbana, donde unos y otros aprenden a socializarse, a aceptarse, a entenderse y a evolucionar como conjunto urbano.

Cuando los representantes políticos no son capaces de ofrecer soluciones a las demandas sociales, las calles se llenan. Como se ha visto recientemente, el fracaso del diálogo político lleva a calles llenas de gente revindicando soluciones que las mesas políticas no son capaces de generar. En este sentido, las aglomeraciones en la calle actúan como termómetro del fracaso político. Como ha sucedido en otros casos, quizás es necesario que sea en la propia calle donde se empiece a generar el diálogo que la política no parece aportar. Pero ante todo, hay que recordar que la calle es y será de todos y todas siempre que pueda garantizar la seguridad de sus ciudadanos y mantener los niveles de respeto y civismo que merecen. La calle no fue siempre nuestra. Perderla ahora sería retroceder demasiado.

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