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18 personas nos revelan lo más fuerte que han visto en el metro

Están los empujones, las carreras por conseguir asiento, el agotador "¿vas a salir?", pero lo que esta gente presenció lo supera todo

Algunos pasajeros en el metro de Londres bebiendo alcohol. Esta fiesta tuvo lugar en junio de 2008 como despedida simbólica, pues en esa fecha se prohibió consumir alcohol a bordo.
Algunos pasajeros en el metro de Londres bebiendo alcohol. Esta fiesta tuvo lugar en junio de 2008 como despedida simbólica, pues en esa fecha se prohibió consumir alcohol a bordo.

Los madrileños dedican, de media, una hora y media de cada uno de sus días a ir y volver del trabajo al hogar en el transporte público. Los ingleses lo superan: una hora y cuarenta minutos. En el metro han nacido debates sociológicos que han emergido hasta la superficie (como el manspreading o despatarre masculino) y hasta él han escarbado los peores sentimientos del ser humano (un gran porcentaje de agresiones xenófobas y homófobas tienen lugar en las profundidades de las grandes ciudades). En él también hemos vivido situaciones que arrojan esperanza sobre el ser humano y artistas como Joaquín Sabina han ofrecido conciertos para presentar nuevos álbumes. 

Y también nos han pasado cosas raras, rarísimas. Algunas son divertidas, otras son inquietantes, otras son trágicas. Nos las han contado varios usuarios de metro, tanto de España como del resto del mundo. 

Todo el vagón durmiendo

Visto en el metro de Tokio por María, gestora turística de 35 años: "En los metros de otras ciudades había visto alguna gente dormir en el trayecto, pero en Tokio vi por primera vez a un vagón entero dormido. Parecía un mannequin challenge. Todos ellos durmiendo en diferentes posiciones, apoyados en diferentes sitios, en silencio absoluto. Eso sí, todos saben cuando ha llegado su parada. Aún no me explico cómo".

Un héroe anda suelto

Visto en el metro de Barcelona por Sonia, abogada de 37 años: "Yo iba como siempre a trabajar por la mañana en el metro. Veo a un tipo grande, borracho, dando tumbos. De repente se cae a las vías cuando solo quedan 30 segundos para la llegada del tren. Un chico a mi lado, sin pensárselo, se tira a por el borracho, lo mueve corriendo y los dos se meten en un hueco de las vías. Milagrosamente el tren pasa por al lado de ellos. Los dos se quedan atrapados en el hueco. La gente no para de gritar. Al final, con algo de ayuda, los dos logran salir. El borracho no se enteró de nada. Y el chico se fue a trabajar también como si nada, con alguna mancha de grasa en su ropa. Increíble".

Esto es lo que pasa cuando te quedas dormido en un vagón

Visto en el metro de Madrid por Pedro, periodista de 39 años: "Entré bastante borracho a la línea 6 de Madrid a las seis de la mañana, me quedé dormido y me desperté a las dos horas con el bolsillo del pantalón rajado. Me habían hecho, con unas tijeras un perfecto cuadrado en los tejanos para robarme el móvil y la cartera".

Un número teatral, de generación en generación

Visto en el metro de Madrid por Beatriz, camarera de 35 años: "Hay un mendigo en la línea uno que se disfraza para pedir. Se cubre la cabeza con un pañuelo y se pone una bata de cuadros que le marca una joroba. Lleva zapatillas de felpa y los calcetines por encima de los pantalones. Va con un escapulario en la mano, pone voz quejicosa y camina arrastrando los pies como si se fuera a morir en cualquier momento. Pero si te fijas, entre vagón y vagón va corriendo. Y si le pillas cuando acaba su jornada laboral, ves que se yergue, se pone los calcetines por dentro de las perneras, se quita las zapas, el pañuelo y la bata y las mete en una mochila que lleva a la espalda, que es lo que parece la joroba, y es donde guarda el calzado de calle. De repente el anciano moribundo es un tipo normal y corriente. Lo divertido es que solo hay uno así, siempre en la misma línea, desde hace por lo menos 10 años. Pero no siempre es el mismo. Y al parecer es un trabajo que se traspasa. El primero, más mayor, desapareció, y apareció uno idéntico pero más joven. He visto por lo menos a cuatro distintos haciendo el numerito teatral. El nuevo, hace apenas unos días.

El amor gracias a Nick Hornby

Visto en el metro de Madrid por José, economista de 47 años: "Me acababan de dejar. Llevaba unos días deprimido, sumergido en lecturas de temática 'me han roto el corazón'. Cojo la Línea 1 para ir al trabajo sumido en la relectura de Alta fidelidad, de Nick Hornby. Una chica entra y se sienta a mi lado. Va comiendo un chupa-chups. Me doy cuenta porque al sentarse me da un pequeño empujón y dejo de leer para mirarla. 'Vaya ímpetu', le digo. 'Anda, te gusta Nick Hornby. A mí también'. Eso fue hace seis años. Hace un año tuvimos nuestro primer hijo".

La señora que siempre come de puchero

Visto en el metro de Madrid por José Isaac, director de márketing digital de 31 años: "Una vez vi a una mujer comiendo un plato de lentejas… pero no en un tupper, no. Eran unas lentejas en su plato hondo situado sobre su otro llano. Ella las comía con su cuchara. Y como mesa, otro asiento libre del metro".

El acto de amor de un berlinés con su perro

Visto en el metro de Berlín por Lara, estudiante de 22 años: "En el metro de Berlín vi a un señor darle un sentidísimo morreo con lengua al pastor alemán que iba con él".

La misteriosa desaparición del cantante de ópera

Visto en el metro de Barcelona por Raquel, periodista de 35 años: "En el metro de Barcelona, estación de Passeig de Gràcia, había un señor mayor que pasaba mucho rato en los andenes cantando ópera. Estabas esperando el metro y de repente una voz lo inundaba todo, te girabas y ahí estaba, alto y bien vestido, entonando arias. Hace tiempo que desapareció, decían que había muerto".

En Berlín los jóvenes se comportan como en ningún sitio

Visto en el metro de Berlín por Juan Pablo, profesor de 52 años: "Vi dos cosas en el metro de Berlín que para mi son fuertes. Una, que no hay tornos ni control de entrada. Se fían de que vas a pagar. Y otra, que vi a mucha gente joven con una botella de cerveza en la mano y leyendo un libro, tranquilamente. Beber cerveza y leer. Cojo todos los días el metro en Madrid y eso no lo he visto nunca". 

Los 30 segundos más angustiosos

Visto en el metro de Madrid por Roi, de 34 años: "Se subió un señor al metro de Madrid, dio los buenos días y contó a los pasajeros que era un padre de familia en paro. A continuación, añadió: 'Y tengo una herida que me impide trabajar'. En eso se sube la pernera del pantalón y veo que tiene unas gasas sujetas por esparadrapos que le tapan la espinilla. Cuando despegó los esparadrapos… ¡Dios! Su pierna tenía la textura de la cara de Freddy Krueger, en carne viva. Hasta se manchó los dedos de sangre y se los limpió en el vaquero. En ese momento dijo: "Además de esto, soy seropositivo. Si alguien quisiera colaborar...". Acto seguido extendió la mano y se puso a caminar por el vagón pidiendo dinero, cojeando, con la venda despegada. Creo que durante los 30 segundos que tardó en dar una vuelta por el vagón y abandonarlo nadie respiró".

No miren a las vías, por favor

Visto en el metro de Montreal por Irene, periodista de 33 años: "Aquí en Montreal es súper habitual que la gente se suicide en el metro. Y el tren en el que iba viajando una vez atropelló a alguien. Pararon en seco, a mitad de la estación, y nos evacuaron a todos pidiendo que no mirásemos a las vías. Todo esto en francés quebequense, que no entendía nada. Menuda angustia".

El mendigo millonario de Nueva York

Visto en el metro de Nueva York por Aída, empresaria de 33 años: "En la línea L de camino a Brooklyn entró en el vagón un mendigo que llevaba un cartel en el que informaba de que estaba desempleado y pedía ayuda para vivir. Aparte de eso, también llevaba un bolso grande de Louis Vuitton, que vi en Internet que cuesta unos 800 euros".

Nunca te pongas un gorro de conejo en el metro de Moscú

Visto en el metro de Moscú por Guillermo, músico de 36 años: "Yo me había comprado un gorro de conejo ruso en un mercadillo navideño. Me lo puse enseguida, lo que allí equivale a llevar un cartel de neón con la palabra 'guiri'. Me pararon ipso facto dos policías que fingían no hablar inglés. '¡Pashporrt, Pashporrt!'. Me lo había dejado en el hotel. Al no tener pasaporte me llevaron a un cajero automático: '100 dollars and you will be free'. Me negué. Me metieron en el metro (esto es lo que más me sorprende todavía, por qué en el metro y cómo me dejé) en dirección a comisaría. Nada cuadraba. No podían hacer eso ¿no? Pero ahí estábamos. Viajando en metro dos polis muy altos y yo. Salimos al cabo de un par de paradas. Ni rastro de la comisaría. Lo que sí había era una calle muy transitada, lo cual me alivió bastante, llena de cajeros automáticos de todos los bancos del universo conocido. Fuimos uno a uno. 100 dollars. Saqué fuerzas de flaqueza y resistí respondiendo 'niet' a cada nuevo intento de extorsión. Al cuarto cajero se dieron por vencidos y me dejaron ir"

Emoción entre tanta crispación

Visto en el metro de Barcelona por Ester, administrativa de 30 años: "Al día siguiente del atentado en la rambla de Barcelona, tres chicos jóvenes se suben en el metro de Barcelona. Llevan tres carteles con este mensaje (hay que decirlo: en catalán, castellano y árabe): 'Musulmanes contra el terrorismo'. Otros dos chicos se les acercan y les dan la mano con palabras de ánimo. No todos son terroristas. Se me pusieron los pelos de punta".

La mujer guapa que hace cosas extrañas

Visto en el metro de Madrid por Sergio, ingeniero de 37 años: "En un vagón de la línea 3, dirección Moncloa, había una noche una mujer guapa, rubia, ojos claros, mediana edad, con una pequeña mochila llena de ropa como de segunda mano y una bolsa del Carrefour. Hacía gestos raros, se santiguaba de forma compulsiva y mascullaba cosas ininteligibles. Cuando ya quedaba poco para Lavapiés, se percató de la inminente llegada y empezó a dar unos gritos agudos que llamaron la atención de todo el vagón. Se quitó la falda rápidamente y se quedó completamente desnuda de cintura para abajo delante de todos. Mientras, buscó otra prenda en su mochila, unos pantalones piratas de pana beis que, al parecer, le parecían más adecuados para desembarcar en el barrio. Tras bajar en Lavapiés la mujer se quedó allí, en un banco metálico, revisando de nuevo entre sus bolsas".

El vagón de la higiene personal

Visto en el metro de Madrid por María, profesora de 43 años: "Un día de camino al trabajo en la Línea 5 presencié cómo la mujer que estaba en el asiento de enfrente al mío se ahuecaba la camisa para aplicarse desodorante en las axilas. Lo sorprendente es que no lo hizo a toda prisa ni de forma disimulada. No había ni un atisbo de vergüenza en su cara. Levantó primero un brazo, se dio desodorante con calma y a conciencia, y repitió el mismo procedimiento con el otro brazo. Luego, se cortó las uñas, dejándolas desperdigadas por el suelo. Como si estuviese en el baño de su casa...".

Al partir, una manzana y una flor

Visto en el metro de Nueva York por Carlos, diseñador: "Estaba esperando el metro en una parada en Brooklyn y había una chica a mi lado esperando también y comiendo una manzana. Se estaba ensuciando muchísimo y yo le ofrecí un pañuelo de papel. Lo cogió y, sin decirme ni gracias, se sonó los mocos con el pañuelo y me miró de reojo sin decir nada. 'Qué chunga', pensé. Nos montamos a la vez en el mismo vagón, se sentó a mi lado y cuando el tren paró en su estación, ella se levantó y antes de bajarse abrió su bolso, sacó una flor de tela, me la regaló y se fue sin decir nada más".

Repartiendo saber

Visto en el metro de Madrid por Nerea, periodista de 35 años: "Iba yo en el metro leyendo uno de esos cómics de Wanted, que son muy violentos y escatológicos. Una señora que iba a mi lado y leyó una parte con un contenido especialmente racista, misógina e incorrecta, me dio un folleto que llevaba por título Conoce a Dios y me dijo: 'Aquí tienes algo bueno para leer". Le di las gracias, claro".

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