El cambio de hora de otoño: una vuelta atrás necesaria
Parte de la población experimenta importantes variaciones en la luz solar por el ciclo de las estaciones
Este mes de octubre, Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young fueron galardonados con el premio Nobel de Fisiología o Medicina por sus descubrimientos de los mecanismos moleculares de los ritmos circadianos: el reloj biológico ligado al ciclo diario de la luz solar.
Pero no solo percibimos el ciclo diario: una fracción significativa de la población vive suficientemente lejos de los trópicos como para experimentar importantes variaciones en la luz solar debido al ciclo de las estaciones, que acorta y alarga los días, adelanta y retrasa amaneceres y anocheceres. Modulamos estas variaciones con el cambio estacional de la hora, que ayuda a que el inicio de la actividad sociolaboral se ajuste con la cambiante hora del amenecer de nuestras latitudes.
Precisamente este domingo ha cambiado la hora oficial. Si el viernes vamos al trabajo a las 9CEST (hora de verano de Europa central), el lunes lo haremos una hora más tarde, a las 9CET (hora de Europa central), aunque parezca que sea la misma hora. Alterando las manecillas del reloj parecerá que amanece y anochece una hora antes pero, en realidad, la rotación de la Tierra y el movimiento aparente del Sol seguirán su cadencia natural de quince grados de avance por cada hora transcurrida. Es nuestra actividad sociolaboral lo que cambia.
El retraso otoñal anula el adelanto primaveral y es más llevadero que este. Hace justo un año los parlamentos balear y valenciano pidieron que el cambio otoñal no se realizara y, por tanto, viviéramos el invierno con la hora de verano. Merece la pena glosar qué habría ocurrido porque extender la hora de verano hasta el invierno siguiente es la mayor prueba de esfuerzo a la que se someten los horarios de una sociedad: desajusta la actividad del día más exigente del año; el día con el amanecer más tardío, el anochecer más temprano y la luz diurna más breve y débil; el día invernal.
En España estamos acostumbrados a que amanezca como muy tarde entre las 08:10 y las 09:10. Por eso, y no por otra razón, nuestra actividad laboral se inicia aproximadamente a esa hora y no a otra. En estos últimos días de horario de verano amanece casi a la misma hora a la que amanecerá en invierno, si no más tarde, y notamos las mañanas muy oscuras. Precisamente esa es la señal que advierte de que toca retrasar la hora (véase gráfico y cuadro adjunto). Si no lo hiciéramos ahora el amanecer seguiría retrasándose hasta que por Navidad ocurriría entre las 09:10 y las 10:10. No es ningún problema en sí mismo, salvo si nuestra actividad sociolaboral siguiera empezando entre las ocho y las nueve. Conforme pasaran los días cada vez más personas percibirían que amanece “muy tarde” porque cada vez más personas estarían madrugando demasiado; aunque se pusieran en marcha a las ocho de la mañana.
Hay pruebas de estas molestias. Hace dos años Chile “olvidó” hacer el cambio otoñal y pasó un invierno con la hora de verano. Solo uno: las quejas fueron tales que al año siguiente sí hubo cambio otoñal y el reloj invernal fue como lo había sido en los años anteriores.
Un poco antes, en el año 2011, Rusia empezó a vivir inviernos con el horario de verano. Pero en el año 2014 revirtió la medida. Antes lo habían intentado Reino Unido (1968-1971) y Portugal (1967-1975 y 1992-1996), también sin éxito.
A veces la sociedad admite con agrado pasar el invierno con la hora de verano. Ocurre en Islandia (desde 1968), en Alaska (1983), en la provincia canadiense de Saskatchewan (1960) o, desde el año pasado, en la provincia chilena de Magallanes. Son regiones con una latitud suficientemente grande como para que el día invernal sea más corto que una jornada laboral normal. Las habitantes tienen que elegir entre entrar a trabajar de noche y salir de día, o lo contrario: entrar de día y salir de noche. No pocos prefieren lo primero y tratan de conseguirlo extendiendo el horario de verano durante todo el año. Amanece “más tarde”, sí; pero también anochece “más tarde”.
Hay otra forma de soslayar estas dificultades. Al final de la Segunda Guerra Mundial España, Francia, Bélgica y Países Bajos decidieron permanecer en el horario de verano. La circunstancias del momento facilitaron que sus habitantes se adaptaran a la nueva situación. ¿Cómo? Simplemente retrasando en mayor o menor medida sus hábitos sociolaborales para que siguieran coincidiendo, como antaño, con los hitos naturales: amanecer invernal, mediodía y anochecer invernal. Por eso hoy no iniciamos la actividad laboral entre las siete y las ocho sino entre las ocho y las nueve. Por eso hoy, como siempre, comemos y cenamos una hora después que los italianos. No hemos dejado ni vamos a dejar de estar unos quince grados más hacia occidente que ellos.
Somos esclavos del reloj de una forma débil: un instrumento del que aprendemos rápidamente a qué marca cuando amanece. Tomamos decisiones con esta información porque, en realidad, somos esclavos del amanecer, de los ciclos de la luz solar. Como describieron los premiados este año por la Fundación Nobel.
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