La hora de Puigdemont
El 155 puede ser el fin del ‘president’ pero también la gran ocasión para alzarse con la victoria
En cuanto pieza indispensable para el funcionamiento del despotismo, Alessandro Manzoni introdujo en Los novios el personaje del jurista trilero, de nombre Azzeccagarbugli, bien traducido en un tebeo del ratón Mickey, leído en mi infancia, como Don Enredos. Sin duda ha sido esta una de las aportaciones más originales del procés.Había que construir la ilegalidad desde una apariencia permanente de orden legal, por algo se invocaba siempre la propia “democracia”, y de paso engañar una y otra vez al Gobierno, driblarle, para llegar al gol desde un fuera de juego. Obra maestra del enredo jurídico atribuible, dicen, a Carles Viver, exmagistrado del Constitucional.
El éxito ha sido casi total. Incluso produjo una cortina de humo que encubre la realidad de lo sucedido y lleva a bienintencionados comentaristas a refugiarse en el arbitrismo, desde el inevitable diálogo y con soluciones, que a veces recuerdan a La Codorniz de antaño, “la revista más audaz para el público más inteligente”. Siempre frente al Gobierno; la Generalitat no existe, ni tiene nada que ver con el asunto. Llueven los antecedentes, reales o inventados, como ese Antonio Maura, ejemplo para Rajoy, quien habría propuesto en 1893 “estatutos de autonomía para Cuba y Puerto Rico”. ¡Cielos! Por otra parte como si Cuba 1890 tuviera algo que ver con Cataluña 2012-2017.
En ese zigzag llegamos a la agónica entrada en juego del 155, que nadie quiere. Paradójicamente puede ser el fin de Puigdemont, pero también la gran ocasión para alzarse con la victoria a medio plazo. No cabe duda de que lo va a intentar, y para ello cuenta con la red de una posible segunda sesión del Parlament tras el Senado, donde podría declarar la independencia amparándose en la humillación sufrida.
El telón de fondo de su intervención será el memorial de greuges, centrado en el 1 de octubre, en el asalto del Estado al autogobierno. Pero Puigdemont es no solo un patriota, sino un hombre de diálogo, según mostró en su gestión del procés, flexible como una barra de hierro. Aquí se abre un bivio (encrucijada). Puede apoyarse en lo anterior, y justificar la independencia inmediata. Eso sí, abierta al diálogo (¿sobre qué?). Pero hablar claro no le gusta, y entre frases ambivalentes, la realidad puede aconsejarle convocar elecciones, que no calificará de constituyentes, aunque lo sean.
Si traga el Gobierno, ridículo asegurado; si lo declara insuficiente, regresa al papel de malo de la película, con erosión del acuerdo constitucionalista (PSC). Lo único seguro es que de salir bien de este último regate, Puigdemont ganará las elecciones en recompensa a su éxito como hombre de paz, fiel a sus ideas, y salvador del autogobierno.
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