Salvar la cara, salvar el culo
POR EL CASO Gürtel, Mariano Rajoy puso mucho empeño en que su declaración ante la Audiencia no fuese presencial. El presidente respondía así a un reflejo clásico: lo importante es salvar la cara. Y esto nos lleva a una conversación que mantuvo el presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson en un momento muy delicado de su mandato.
Tras el incidente del golfo de Tonkín, en 1964, el presidente Johnson había obtenido el apoyo del Congreso para incrementar en grandes contingentes y armamento la intervención en Vietnam. Hasta entonces había unos 50.000 hombres en calidad de “asesores” del Gobierno aliado survietnamita. La disculpa de Tonkín llevaría a una escalada brutal, hasta alcanzar una presencia militar estadounidense de medio millón de soldados.
Lo increíble, y así se hace y deshace la historia, es que el “incidente” que justificó esa escalada, un presunto ataque del Vietcong a navíos americanos, había sido en realidad lo que en términos bélicos se denomina “operación de falsa bandera”. Es decir, no hubo tal ataque. Se supo cuando la prensa realmente libre publicó en 1971 los papeles del Pentágono, conocidos también como papeles McNamara. Aquel “incidente” del golfo de Tonkín había sido un montaje de los servicios secretos para justificar el despliegue bélico. Y a pesar de que los propios servicios sabían que era “una guerra perdida”. Pero eso es otra historia.
Estábamos con la cara. La cara de Johnson.
La pretensión de Johnson era atraer a sus posiciones al prestigioso Scotty Reston, ocultándole información básica. Pero Scotty no picó el anzuelo.
La prensa independiente, en especial The New York Times, que en principio había respaldado al presidente, empezó a sospechar que detrás de la gran escalada había una gran mentira. Este diario publicó un editorial con el título ‘El misterio del golfo de Tonkín’, en el que criticaba el “secretismo de la burocracia” estatal. Johnson decidió llamar a la Casa Blanca a un editorialista muy influyente, James Scotty Reston. Un mito del periodismo americano del siglo XX, dos veces premio Pulitzer y autor de un generoso libro de memorias, Deadline.
Es ahí donde se cuenta la estrategia de seducción desarrollada por Lyndon Johnson, un astuto simpático (Nixon, su sucesor, sería el astuto antipático) que inspiró la figura de Frank Underwood, el personaje que encarna Kevin Spacey en la serie House of Cards. La pretensión de Johnson en aquel encuentro de 1965 era atraer a sus posiciones al prestigioso Scotty Reston, ocultándole información básica. Pero Scotty no picó el anzuelo.
—Creo que está usted intentando salvar la cara —le dijo al fin.
El presidente se removió en el propio ego, que es un buen lugar para sentarse, y dio por terminada la conversación, no sin antes responder con una frase que vale por todos los miles de tuits de Trump:
—No estoy intentado salvar la cara. Estoy intentando salvar el culo.
Tenemos una versión castiza y, más o menos, por la misma época.
Los protagonistas fueron Manuel Fraga, cuando era ministro de Información, y Pío Cabanillas, subsecretario en el Ministerio. Es una historia que alguien intentó desmentir, pero que me llegó de muy buena fuente. El caso es que ambos habían quedado para inaugurar un teleclub en Cambados. Era verano, hacía mucho calor. Y ellos eran más que puntuales. Se presentaron una hora antes en el lugar y Cabanillas sugirió darse un chapuzón. No tenían bañador y buscaron una playa sin gente, mientras vigilaban el chófer y el escolta. Nadaban felices como cetáceos, cuando se escuchó una alegre algarabía. Era una excursión del distinguido colegio femenino de Placeres (Marín). Fraga y Cabanillas salieron corriendo hacia el auto. El ministro tapaba con las manos los atributos del macho, pero fue entonces cuando Pío le gritó: “¡La cara, Manolo, la cara!”.
Había mucha confianza entre ellos, pero encarnaban dos talantes que con el tiempo derivarían en dos tendencias de la derecha española. La autoritaria o liberal. O como dice un amigo arqueólogo, la neandertal y la sapiens. Defenestrado Suárez, ya sabemos quién se impuso.
Tenemos ahí un factor morfopsicólogico que parece fundamental en política y en momentos de apuro. También lo es para el periodismo. ¿Debemos aceptar ese dilema cuando el mandatario está en crisis y elegir entre salvarle la cara o el culo?
Scotty Reston se largó. No aceptó el falso dilema. No salvó nada. Su trabajo era apostar la cabeza por la verdad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.