La polémica escena de la oreja de ‘Reservoir dogs’ cobra vida 25 años después
Cómo el productor Harvey Weinstein, hoy señalado por abusos sexuales a actrices, fue clave en el debut de Quentin Tarantino
Todo el mundo se lo advirtió a Quentin Tarantino. Productores, amigos, críticos y espectadores le exigieron al director que eliminase la escena en la que Mr. Blonde (interpretado por Michael Madsen) le rebana la oreja al policía infiltrado Marvin (al que da vida Kirk Baltz). Tarantino (Knoxville, Tennessee, 1963) tenía 28 años y ningún currículum cinematográfico, pero, terco y con una sobrada personalidad, no iba a dejar que nadie se interpusiese entre él y su primera película, que se estrenó en octubre de 1992, justo hace 25 años. Tuvo un aliado hoy de rabiosa actualidad: el productor Harvey Weinstein, uno de los más poderosos de Hollywood y hoy totalmente defenestrado después de las múltiples acusaciones de acoso sexual a actrices, entre ellas estrellas como Gwyneth Paltrow o Angelina Jolie.
Pero la historia empieza con un guion escrito a mano, con faltas de ortografía, mala puntuación y errores gramaticales. Páginas arrancadas y otras pegadas con celo. Y en la portada, una declaración de intenciones: "Reservoir dogs. Escrita y dirigida por Quentin Tarantino. Versión final".
El productor, Lawrence Bender, tenía un profesor de interpretación cuya esposa conocía al actor Harvey Keitel. Ella le hizo llegar el guion (ya pasado a máquina) y, con Keitel a bordo del proyecto, consiguieron rodar Reservoir dogs por dos millones de dólares (1,6 millones de euros). Pero todavía quedaba por delante la tarea más escabrosa: encontrar distribuidor. Quentin Tarantino la proyectó en el festival de cine independiente de Sundance, donde los expertos le indicaron que la escena de tortura de la oreja era una basura. Nadie compró la película.
Harvey dio su brazo a torcer, mantuvo la escena de tortura y se despidió de Tarantino como solo un empresario con ínfulas de mafioso sabe hacer: "Que no se te olvide que ha sido Miramax quien ha permitido que tu película salga exactamente como tú querías"
Ahí es donde entró Miramax, la compañía independiente de Harvey Weinstein, cuyo objetivo era implantar el cine de arte y ensayo en las multisalas de los centros comerciales. A Weinstein le encantaba el guion e intuía que el espíritu de estrella del rock de Tarantino funcionaría como una magnética herramienta promocional. Pero cuando empezó a enseñar la película se topó con el muro de hormigón de los límites de la ofensa: su asesor, Ben Ziskin, definió Reservoir dogs como "la peor película que he visto en mi vida".
Para testar la reacción de otros perfiles, Weinstein proyectó la película a su esposa, Eve (su primera mujer; luego se volvió a casar con Georgina Chapman, que le ha dejado estos días después del escándalo), y su cuñada, Maude. Cuando llegó la escena de la oreja, ambas se levantaron y se largaron de la sala. "Me da igual lo buena que sea", le dijo Eve Weinstein a su marido, "esto es repugnante".
Harvey Weinstein recuerda, en el libro sobre el cine independiente de los noventa Down and dirty pictures, de Peter Biskind, que todas las personas presentes parecían cabreadas con él por haberles puesto Reservoir dogs y, cuando se acercó a Tarantino para disculparse, el director le gritó: "¡Es que no la he hecho para tu mujer!". Tarantino le explicaría a Biskind, años después, que "el problema es que esperasen ver Pretty woman. Esta película nunca pretendió ser para todo el mundo, la hice para mí mismo y todos los demás están invitados".
Tras la discusión, Eve Weinsten regresó. "Es asquerosa, pero quiero ver cómo termina la historia", confesó. Harvey dio su brazo a torcer, mantuvo la escena de tortura y se despidió de Quentin Tarantino como solo un empresario con ínfulas de mafioso sabe hacer: "Que no se te olvide que ha sido Miramax quien ha permitido que tu película salga exactamente como tú querías".
Tarantino recuerda esta victoria como el momento decisivo de su carrera y la compara con una frase de El color del dinero (Martin Scorsese, 1986): "Si sabes cuándo es el momento de decir 'sí' y cuándo es el momento de decir 'no', todo el mundo se irá a casa en un Cadillac". El único inconveniente es que ahora había que compartir Reservoir dogs con el mundo, y, en los noventa, nadie estaba preparado para ella.
La estrategia de Harvey Weinstein era vender arte como si fuera comercial. Pero Quentin Tarantino entendía que el sistema era justo el contrario, porque Reservoir dogs era cine para las masas disfrazado de arte y ensayo. Eso es lo que le convierte en un visionario: Tarantino sabía lo que el público quería ver antes de que Hollywood, Harvey Weinstein o el propio público fueran conscientes de ello.
La violencia cool, los diálogos esperpénticos y destartalados (Reservoir dogs abre con un debate en torno a si Like a virgin, de Madonna, trata sobre mantener relaciones sexuales con un negro) y la narración tan fragmentada como esas páginas de guion superpuestas con celo llevaban décadas siendo explotados en el cine de serie B. Y Tarantino, que nunca fue a una escuela de cine sino que se educó en un videoclub de California, conocía el efecto visceral que aquellas películas baratas (denominadas peyorativamente "ficción pulp") despertaban en el espectador medio. O, al menos, en los espectadores que se quedaban a ver la película entera.
Quentin Tarantino adoptó el pasatiempo de contar cuántas personas se iban de la sala cuando llegaba la escena de la oreja. "La cifra más alta de abandonos en una sola sesión fue 33", recuerda el director. "Cuando la presentamos en el festival de Sitges asumí que allí todo el mundo sí que se quedaría a verla, porque el día antes habían proyectado Braindead: tu madre se ha comido a mi perro [Peter Jackson, 1992]. Pues cinco personas se largaron y una de ellas fue Wes Craven [director de Pesadilla en Elm Street]. ¡El cabrón que hizo La última casa a la izquierda! ¿Mi película era demasiado dura para él?".
Quentin Tarantino disfrutaba con cada abandono, a pesar de que uno de los protagonistas de Reservoir dogs, Steve Buscemi, le contó que la mayoría de los espectadores consideraban que la escena de la oreja arruinaba la película, porque el director sabía que esa era "la mejor puta escena de la puta película".
Era, como concluyó Peter Biskind, lo que convierte Reservoir dogs en una película de Quentin Tarantino. Hoy la tortura traviesa y la oreja amputada no solo perduran como un momento icónico de la historia del cine sino, al igual que la escena de Over the rainbow en El mago de Oz o el final de la caja en Seven, es testimonio de un autor que se impuso implacablemente a cientos de personas que intentaban convencerle de que lo eliminase.
Y, como sucede con las escenas más míticas, ha ido generando una mitología en torno a ella con el paso de los años. "No sabía qué hacer", recuerda el actor Michael Madsen, "en el guion solo ponía 'Mr Blonde baila como un maniaco' y yo pensaba: '¿Qué coño significa eso? ¿Cómo Mick Jagger? ¿Qué coño hago?". Sin haber ensayado, Madsen se plantó delante de la silla y cuando empezó a sonar Stuck in the middle with you, de Stealers Wheels, se puso a bailar como uno de sus ídolos: "Recordé aquella pequeña danza demente que James Cagney hacía en una película, se me ocurrió en el momento". Rodaron la escena cuatro veces, pero la que aparece en la película es la primera toma. El resto es, literalmente, historia.
El público estaba en un coma cultural inducido (Reservoir dogs compartió cartelera con Alerta máxima y Solo en casa 2, perdido en Nueva York) y el cine de Quentin Tarantino fue una descarga eléctrica que nadie vio venir. Reservoir dogs apenas recuperó la inversión durante su exhibición en salas comerciales, muchos la acusaron de vacía, efectista y gratuitamente violenta. Pero la crítica, la industria y los videoclubs la convertirían en la película independiente más famosa de la historia hasta el momento. Por eso cuando 18 meses después Tarantino presentó su siguiente guion, Pulp fiction, estrellas como Bruce Willis, John Travolta o Uma Thurman hicieron cola para conseguir salir en ella. Pulp fiction ganó la Palma de Oro en Cannes, el Oscar a mejor guion y, lo más asombroso, batió récords de taquilla. No sabíamos cuando la necesitábamos hasta que la vimos.
El cine no volvió a ser el mismo porque el público ya no se seguiría conformando con películas sobre un niño y su perro viviendo aventuras. Resulta que aquel niñato insolente, obstinado y testarudo llamado Quentin Tarantino revolucionó la alta cultura mediante la reivindicación de la baja cultura. Y Tarantino, agradecido a la única persona que creyó en él tanto como él mismo, ha dirigido sus siguientes siete películas para Harvey Weinstein.
Hoy, este magnate ha sido despedido de su empresa, abandonado por su mujer y repudiado por la industria tras la denuncia de docenas de mujeres que fueron agredidas sexualmente por él. Varias estrellas han expresado su condena hacia Weinstein, pero Quentin Tarantino, de momento, no está entre ellas. Lo único que ha trascendido es que necesita unos días para reflexionar sobre el tema.
Es la primera vez en 25 años que alguien consigue dejar sin palabras a Tarantino.
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