Ironía
El juego dialéctico y el doble sentido han sido aniquilados por la suspicacia y la obligación social de posicionarse


No está claro que la ironía, tan eficaz y tan placentera en otro tiempo, conserve muchos resquicios de vigencia. Cuidado con la ironía y sobre todo cuidado con los guardianes de la pureza y alrededores. Pero también con nosotros mismos. A veces creemos estar siendo irónicos cuando en realidad estamos siendo ridículos. Hay que emplear la ironía con técnica zorruna y, si no, limitarse a ser lineales y planos como que la 'b' sigue a la ‘a’ y que una y una, dos.
Me gané hace poco un buen disgusto por:
a) No haber sido bien entendida mi ironía.
b) No haberla utilizado yo bien, o haberla expresado mal.
Me lo gané, además, con alguien al que admiro y que no entendió mi sinuosa palabrería de aquel día. O —repito— que no la entendió porque estaba mal expresada, extremo este posible e incluso probable. Es la tenue frontera entre el incomprendido y el botarate, yo, en ambos casos.
Casi todo sirimiri lo hemos convertido en chaparrón, y así, lo que antes era doble sentido ahora es burla, lo que era juego dialéctico ahora es susceptibilidad y lo que era plantear alternativas ahora es obligación de apostar. Blanco o negro es la ruleta que nos lleva. Al diablo con los grises. Luego al diablo con los matices. “Aquí estoy y de aquí no me muevo”, que no sé si le suena de algo al improbable lector.
Caminamos hacia la corrección globalizante e intransigente. Lo cual, oye, bien mirado, nos ahorrará disgustos. Cádiz seguirá con sus chirigotas —esperemos— pero si este sábado usted tiene cena en casa de amigos y ya no digamos de enemigos, cuidadín. No se ponga estupendo. No sea irónico. Ya sabe: una y una, dos y la ‘a’ delante de la ‘b’. De la ‘b’ de borregos. Estoy siendo irónico, claro.
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