Discursos de madera
Existe otra forma de matar la palabra pública: la mera expresión hueca del político
El discurso de los políticos ha devenido en lengua atrofiada. Las palabras mueren cuando se vacían de contenido, al transformarse en clichés adormecedores sin eco en el mundo sensible. La conversación pública pierde su sustancia y es pura demagogia; ya no ofrece claves para que los ciudadanos exploren la realidad y formen juicios; no crea vínculos, sólo los destroza. Así sucede al abusar de los eslóganes frente a las ideas, al recurrir sin descanso a palabras fetiche como “pueblo”, “patria”, “democracia”. De tanto escuchar que están sometidas a disputa, nos encontramos con la esquizofrenia de que significan a la vez una cosa y su contrario. Y ya no evocan nada.
Pero existe otra forma de matar la palabra pública: la mera expresión hueca del político. Lo comprobamos el domingo al escuchar la intervención de Rajoy. Después de contemplar unas imágenes que conmocionaron y dieron la vuelta al mundo, al presidente sólo se le ocurrió decir que “hemos hecho lo que teníamos que hacer, actuando con la ley y sólo con la ley”. Estamos de nuevo ante el tecnócrata arendtiano que convierte el lenguaje burocrático en una camisa de fuerza para que nada cambie, en el puro vaciar palabras para que dejen de producir sentido, para hacer ilegible la acción pública.
Esa banalización legal-racional, sin lugar para la empatía, la sensibilidad, el reconocimiento del otro o la generosidad, conduce al reino del monólogo, a la palabra autista que quiebra la relación de los ciudadanos con el mundo político. Su estilo discursivo hueco produce distancia y, desde ahí, rompe la confianza. Es esta una de las principales causas de desvitalización del mundo común y, por ende, de lo que nos sucede. Y es que, donde sólo hay monólogos, no hay diálogo posible, únicamente soliloquios yuxtapuestos.
El arte de hablar sólo con uno mismo o con “los nuestros” (como Rajoy, sí, pero también como Puigdemont) es un habla que no asume riesgos porque elude confrontarse a argumentos opuestos. Al reducirse a una sucesión de afirmaciones, inmoviliza las situaciones políticas. De esta forma, dice Rosanvallon, “los ciudadanos quedan encerrados en una situación pasiva”. Es así como la palabra pública muere, y con ella la política. @MariamMartinezB
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