Desastres sobrenaturales
Para los fervientes creyentes en el cambio climático, los humanos somos responsables de los desastres naturales.
![Vista de las secuelas del huracán Irma en la isla de San Martín en el Caribe.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZLIIYVJZRCGX73JZT6KUQCZ3AY.jpg?auth=b496972941635eff192db19bb6e72a0dbada163f5daadf34e552c139796123bb&width=414)
“Y el Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra…Y sucedió que a los siete días vinieron sobre la tierra las lluvias del diluvio”. (Génesis)
Los desastres naturales del verano —los huracanes que han azotado el Caribe o la sequía que ha lamido la meseta ibérica— han vuelto a desatar narraciones con aspiraciones bíblicas. Para los negacionistas del cambio climático, los humanos no podemos controlar los cielos. Los fenómenos meteorológicos extremos son inescrutables. Obedecen a una concatenación tan accidental de factores naturales que su comprensión exigiría poderes sobrenaturales. Un huracán puede ser el resultado del batir de alas de una mariposa. O de un ángel. Quién sabe.
Para los fervientes creyentes en el cambio climático, los humanos somos responsables de los desastres naturales. Como en el Antiguo Testamento, hay una conexión directa entre la maldad humana —en este caso, nuestra adicción a los combustibles fósiles— y la ira de los cielos.
Ambos grupos deben ser más escépticos. Si sacan la cabeza de su confortable agujero, los negacionistas se darán cuenta de que, aunque la probabilidad de que el cambio climático se deba a la acción humana fuera pequeña, los costes del mismo son tan elevados que vale la pena poner en marcha iniciativas para frenar el calentamiento global.
Y los creyentes en el cambio climático deben girar el énfasis de sus demandas políticas. Reducir la emisión de gases contaminantes requerirá décadas de titánicos esfuerzos globales. Sin embargo, minimizar los daños de los desastres meteorológicos depende de sencillas acciones locales, como construir diques de contención o evitar la urbanización en zonas inundables.
Eso sí, estas medidas preventivas son impopulares. Un alcalde, que espera gobernar durante cuatro años, no quiere invertir recursos para proteger a su población de desastres que ocurren cada 40 años. La racionalidad del político local se convierte en irracionalidad política nacional. Es en ese problema donde debemos focalizar la presión ciudadana.
No dirijamos nuestras plegarias a evitar diluvios, sino a construir arcas de Noé. @Victorlapuente