Gente a la que solo le ‘ponen’ los personajes de ficción: así es la ficciofilia
Personas que se excitan con dibujos animados y personajes de series o libros. Un fenómeno especialmente juvenil, muy común en Japón, que dificulta las relaciones con personas reales
La ficciofilia puede presentarse bajo otros nombres como schediafilia o toonofilia y va más allá del mero fanatismo. Los afectados se ven atraídos por un amor imposible o deseo sexual irrealizable hacia personajes de ficción que pueden estar sacados de dibujos animados, cómics, videojuegos, series de televisión, literatura, cine o cualquier tipo de posible ficción. Llegan a establecer relaciones largas, íntimas e intensas que sólo tienen cabida en la fantasía, pudiendo desarrollar historias complejas y personales de gran importancia bajo la amenaza constante de volverse adictos a la abstracción mental.
A QUIÉN NO LE HA PASADO
En mayor o menor medida, ¿quién no se ha sentido atraído por un personaje inexistente hasta el punto de desear su materialización para mantener una relación real? Este fenómeno lleva siendo común entre soñadores desde que existe la ficción y ha pasado por religiones, caballeros, princesas y fábulas clásicas. Libros y películas han excitado la imaginación del público mayoritario a lo largo de los siglos. Acercándonos a nuestros días, las últimas generaciones se han visto seducidas en masa por Bulma o Ranma con la mayor naturalidad. No en vano algunos de los mayores sex symbols entre las colegialas de los noventa fueron Vegeta y Trunks, personajes de Bola de Dragón capaces de despertar tantos suspiros como cualquiera de los miembros de Take That. Yo misma hubiera puesto mi corazón en una bandeja por Son Goku y por prácticamente todas las guerreros de Sailor Moon.
La ficciofilia se da con enorme frecuencia y llega mucho más lejos dentro de la cultura japonesa, especialmente entre jóvenes otakus, caracterizados a menudo por una personalidad poco sociable y obsesiva. En 2009 un joven de Tokio de veintisiete años, bajo el nick Sal 9000, se convirtió en el primer hombre en contraer matrimonio con Nene Anegasaki, personaje sacado del videojuego de Ninento DS LovePlus. La unión no tuvo validez legal pero sí un enorme valor simbólico, asegurando Sal que Nene era superior a cualquier novia real. Desde entonces este tipo de bodas se han ido sucediendo cada vez con más normalidad, asistiendo las consortes a la ceremonia a través de realidad virtual, en forma de muñecas o impresas sobre una almohada de gran tamaño.
PROBLEMA O NO
Especialmente frecuente entre jóvenes solitarios, la ficciofilia no tiene por qué suponer un problema psicológico y puede quedar en simple afición, fomentando incluso una creatividad e imaginación que se despliegue a través de relatos, ilustraciones, cómics o net art que entrañen su propio interés, desembocando en expresiones artísticas de valor o mero y sano divertimento. El problema llega cuando esta tendencia viene acompañando situaciones de gravedad como el aislamiento, la depresión o una insatisfacción generalizada con las posibilidades materiales de la realidad. Esta realidad se presenta a los ficcioadictos como hostil e insuficiente y su deseo malogrado de vivir con intensidad les lleva a convertirse en sujetos silenciosos y atormentados que sólo desean un nuevo momento de libertad para seguir fantaseando con un romance imposible. El recurso de buscar seres humanos que se asemejen física y psicológicamente a los avatares en cuestión no suele dar buen resultado, ya que se espera de personas reales que luzcan y se comporten de forma antinatural. La experiencia acaba en decepción para ambas partes.
A la larga el ficcioadicto se ve incapacitado para conectar con personas de carne y hueso y sometido a una frustración paralizante. “Sé que nunca seré capaz de tener una relación con estos personajes, eso está claro, y me siento más atraído sexual y emocionalmente hacia los dibujos animados que a las personas. De verdad que me gustaría librarme de estos sentimientos, me duele mucho saber que nunca voy a tener una relación así porque los personajes que me gustan no son reales, pero no puedo evitarlo”. Es la sufrida confesión de un informante que se ha enamorado de distintos dibujos animados desde la pubertad, varios de ellos animales de películas de Disney. Tiene veintidós años y no desea revelar su identidad bajo ningún concepto. Se siente corroído por la vergüenza y es consciente de que necesita ayuda psicológica. Si se alcanza este punto de obsesión por lo ficticio y desconexión con lo real, lo recomendable es asistir a un profesional y sacar a la luz la obsesión antes de que ésta nos consuma.
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