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Columna
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Sombra, ceniza y sangre

El lema contra el terrorismo no es “todos somos Barcelona” sino “todos somos infieles”

Manuel Vilas
Barceloneses y turistas hacen un alto en el Memorial con flores a las víctimas de atentado terrorista.
Barceloneses y turistas hacen un alto en el Memorial con flores a las víctimas de atentado terrorista.Andreu Dalmau (EFE)

Mira por dónde la muerte se comportó hace pocos días tan antidemocráticamente como el Tribunal Constitucional y se empecinó en impedir la consulta. Tal vez la culpa de que el consellerde Interior del Govern no dispusiera de poderes para resucitar a los muertos la tenga también Madrid y España y el Rey y el Gobierno y Antonio Machado. Pues hubiera sido necesario preguntar a las víctimas del atentado de Barcelona, antes de que la eternidad las engullera para siempre, si querían ser recordadas como ciudadanos catalanes o españoles.

Morir en un atentado terrorista es la peor de las muertes. Porque es como si te matara la Historia. Y eso es tanto como no saber quién te mata. No te mata un cáncer o la vejez o un rayo en mitad del monte. Te mata una forma nauseabunda de la alienación política, te matan siglos de religiones tenebrosas, te mata la falta de coordinación policial de las Administraciones del Estado, te mata el ser un ciudadano corriente que no tiene escolta, te matan esperpénticos iluminados que prohíben que pasees por una calle y disfrutes de la brisa y de la luz del sol. Te matan jefes de Gobierno que negocian con países que apoyan la yihad pero que tienen petróleo, te matan inconfesables intereses de corporaciones, de multinacionales. Te mata también el ser hijo de la Ilustración y de la libertad de expresión. Te mata lo que también te da la vida: vivir en un país donde la libertad se ejerce.

Conviene recordar entonces, y hacerlo en público, que muy probablemente ni Alá ni Mahoma existen. Como tampoco existen la Virgen del Rocío ni la Virgen de Montserrat. Porque somos laicos, demócratas y cultos. Porque amamos el progreso, la ciencia y la razón. Porque nos gusta la verdad. Porque hay que tener una fe necia para creer que los asesinos de La Rambla eran esos críos que salen en los telediarios (uno tenía solo 17 años), que no eran más que víctimas también. Los asesinos de verdad, no los ejecutores, son otros. Podemos llenar nuestras ciudades de millones de policías, o convertirnos todos en policías, y seguirán existiendo el terror y las tinieblas. Con el fanatismo del catolicismo acabamos en el siglo XVIII con dos armas pacíficas: la cultura y la ciencia. Debemos recordar a todos los musulmanes, y especialmente a los moderados, que, cuando menos, cabe considerar la hipótesis de que Alá no exista ni haya existido jamás.

El lema contra el terrorismo no es “todos somos Barcelona” sino “todos somos infieles”. Ese es el lema que nos acabará salvando en el futuro, cuando esta nueva y cutre Edad Media que nos humilla se hunda y se convierta en sombra, ceniza y sangre triste.

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