Entender al terrorista
Mientras diseñamos políticas contra la exclusión social, los integristas se preparan para atacar
Para la CUP los atentados en Cataluña y, por extensión, los que venimos sufriendo en Europa, son el resultado de las lógicas internacionales del capitalismo. Este planteamiento, que ha dejado de sorprendernos, es una manifestación tergiversada y extremista del legítimo discurso sobre las causas estructurales del terrorismo islámico. Nos hemos acostumbrado a que destacados personajes manifiesten la necesidad de comprender las causas del terrorismo yihadista y las razones de su fanatismo, odio y valores. Nos llaman la atención sobre el desprecio de los terroristas suicidas por su propia vida, algo difícil de entender y que les hace indiferentes a las penas de prisión. Nos recuerdan que ningún pueblo ni religión es criminal o violento y que, por lo tanto, el terrorismo musulmán no existe. Con cierta benevolencia, tachan de ignorantes a quienes creen que se puede derrotar al Daesh solo con la seguridad, la inteligencia, la policía y el ejército.
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Estos mensajes no pretenden disculpar al asesino, sino desarticular los procesos de radicalización y evitar una escalada de violencia social basada en el odio. Sin embargo, son tan indiscutibles como ineficaces, pues minusvaloran las actuaciones coercitivas y no se centran en la inmediatez y la gravedad de la amenaza.
La globalización de la información y la celeridad que exigen los medios y las redes suponen una presión para cualquier figura pública. Por eso son tan frecuentes las declaraciones impactantes, cargadas de buenas intenciones, pero que rara vez pasan de ser meras obviedades. En general, esto no tiene mayor trascendencia; es más, sorprendería lo contrario. Todos esperamos, por ejemplo, que Rafael Nadal, al recibir un trofeo, felicite al contrario, alabe la organización del torneo y agradezca el apoyo del público. Pero cuando personas influyentes abordan asuntos importantes, como el terrorismo, resulta desacertado el abuso de lo obvio.
La solemne declaración de lugares comunes es contraproducente porque desvía la atención sobre lo sustancial. Es innegable que las religiones promueven la paz y que no existe el terrorismo islámico, es decir, vinculado al islam, pero igual de cierto es que existe una forma islamista de terrorismo inseparable del integrismo musulmán. De hecho, los atentados en Barcelona y Cambrils nos han recordado que esta es una de las peores amenazas que sufrimos.
La globalización de la información y la celeridad que exigen los medios y las redes suponen una presión para cualquier figura pública
Por otra parte, la reflexión sobre la necesidad de entender el proceso de radicalización islamista sugiere cierta justificación o descargo del terrorista, convertido en víctima de las circunstancias. Ante este tipo de declaraciones, no podemos evitar imaginarnos un terrorismo provocado por la marginación, la falta de oportunidades y la invasión de Irak. En cualquier caso, siempre por nuestra culpa. Quizás sea así, quizás no, pero mientras lo averiguamos y desarrollamos mejores políticas contra la exclusión social, los terroristas se siguen preparando para asesinar en nuestras ciudades.
En todos los ámbitos, el conocimiento del adversario facilita su derrota. En la lucha contra el terrorismo, la comprensión de sus motivaciones y del proceso de radicalización permite implementar medidas integradoras en el terreno de la cultura, los valores y la tolerancia. Sin embargo, este tipo de actuaciones solo producen resultados a largo plazo y no siempre se pueden plantear sin renunciar a ciertos principios. Por ejemplo: el conocimiento de la argumentación de ETA para asesinar nunca permitió plantear sensatamente medidas más allá del ámbito policial, judicial y legislativo.
Para derrotar al terrorismo yihadista se aplican estrategias integrales que abordan, además de las causas de la radicalización, su forma de actuación, financiación, medios, apoyos y estructura. Cuando eres atacado, y este es el caso del Daesh y sus células en Europa, lo prioritario es defenderse y actuar sobre lo urgente, es decir, la protección del ciudadano. Por eso son indispensables las labores de inteligencia y policiales que permitan la detención de los terroristas y la desarticulación de sus organizaciones. Por eso hay que asumir el reto de la guerra de la información en el ciberespacio, que contrarreste la propaganda criminal y reduzca el reclutamiento de nuevos terroristas. Por eso se actúa militarmente en Siria e Irak, para arrebatar al Daesh su soporte territorial. Obviar todo esto, poniendo el foco mediático casi exclusivamente en las políticas de integración y desradicalización de horizonte lejano, desvía la atención sobre la realidad de la amenaza yihadista.
Francisco Rubio Damián es colaborador experto del Observatorio Paz, Seguridad y Defensa de la Universidad de Zaragoza.
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