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Mínimos y máximos

Inconformismos sexuales personales

Cada uno de nosotros tiene sus propias ganas de sexo y sabe cómo saciarlas. Deberíamos plantearnos exigir y marcar esos mínimos y esos máximos con la esperanza de no defraudar a nadie, pero sobre todo, de evitar quedarnos con las ganas. ¿Follamos todo lo que nos gustaría?

Cuadrar las ganas de sexo descuadra muchas parejas.
Cuadrar las ganas de sexo descuadra muchas parejas. JULIÁN JAÉN

Montserrat tiene treinta y muchos años; es catalana de Barcelona y acaba de terminar una relación. Llevaba muchos años sin verla y este verano coincidimos de nuevo en Montgat, uno de esos pueblos dormitorio de Barcelona en los que la playa marca la pauta de la vida de cualquiera que se deje seducir por sus cuestas y su humedad. Al segundo gin-tonic Montserrat me contó que había tenido el infortunio de dar con un hombre al que el paso de los años había pasado factura. No quería tanto sexo como ella demandaba. “No soy la única. Tengo compañeras de trabajo que se quejan de lo mismo. Llevan más de cinco años con su pareja; toca decidir si se va a por los niños. Y al margen de si se rajan de la paternidad, muchos se bajan del carro del deseo. Es como si ya se lo hubieran follado todo a los 20 y cuando alcanzan los 30 se conformaran con lo justo”. Y ese justo es muy justo para ella. Montserrat echa de menos el sexo fortuito y esporádico pero sobre todo el constante y perpetuo, a ser posible en pareja. Después de unos cuantos años felizmente casada ha puesto fin a su relación. Le cuesta admitir que le hace mal sentirse poco deseada. Se niega a resignarse a lo del polvo semanal. Ni siquiera se siente representada en ninguna estadística. Montserrat con su furor uterino a tope; ellos con el freno de mano echado. Eso la espanta. “¿Tengo que follar menos? ¿Rozando los 40 ya no tengo siquiera los dos por semana que se me presuponen?”

Horror.

Montserrat me obligó a reconocerme. A los 20 y hasta bien entrados los 30 aprendí a decir “esto sí”, “esto no”, no sin cierto asombro por parte de mis acompañantes y muchas desagradables sorpresas cuando erré eligiendo con quiénes. Así llegué hasta este punto de traspasar los 40 y elegir. Soy yo la que establece hasta dónde y cuánto, siguiendo única y exclusivamente mis propios argumentos. Ya lo siento, pero no tengo una relación con alguien que no me haga todo lo que me gusta en la cama. Yo misma marqué las pautas de mi empoderamiento sexual y amatorio, negándome a marcar los ajenos. Me basta con manejar los míos; los cuales pretendo que se ajusten a mi propia demanda y cuadren con la de quién me acompañe.

Monserrat no tiene por qué conformarse con la calidad y cantidad dispensadas. Ni siquiera tendría que resignarse si en vez de ser mujer fuera un hombre. Pero lo que a ellos se les presupone (no tienen por qué conformarse) a nosotras se nos impone (confórmate; tienes macho al lado). De eso nada. Las mujeres cumplimos años y cada vez nos interesamos más por el sexo. He aprendido que lo que me gusta a mí no tiene que ser lo mismo que guste a mis amantes. Su frecuencia sexual no tiene por qué ser la mía pero sí tendrán que hacerme sentir que merece la pena haber enredado nuestras piernas. Quiero amantes que estén a mi altura; siendo esta altura tan personal como intransferible.

Panoràmic, la terraza de moda de Montgat (Barcelona).
Panoràmic, la terraza de moda de Montgat (Barcelona).JULIÁN JAÉN

A menos que tengas amigos que puedan evitarlo, ser adulto implica dejar el sexo para la intimidad más absoluta. Hace ya mucho (por no decir muchísimo) que no termino apoyada sobre el capó de un coche con la falda levantada mientras me la clavan por detrás, igual que ya no echo cuenta de las farolas que han colocado en la playa, porque no me escondo en ella para follarme a quien me gustó en la discoteca. Admito sexo incluso sin amor de por medio. Me gusta comparar. Así que no se extrañe nadie si es justo en verano cuando se me alteran los biorritmos lo suficiente como para demandar más sexo del que tenga costumbre. Incluyendo, no lo descarten, que busque capó para que me pongan a cuatro patas.

Por una razón que desconozco, hay quien cree que la edad o la llegada de los hijos frenan el furor sexual. Hay quien incluso pontifica desde columnas de revistas en las que ni siquiera plantean que las mujeres podamos demandar más sexo del que nuestros amantes quieren darnos. Revistas que dicen buscar lectoras. Abran una cualquiera, la que quieran. Apuesto a que encuentran esa guía de sexo matrimonial en la que no se plantea que tienen todo el derecho a querer que su sexo sea tan salvaje, furtivo o intenso como quieran, independientemente de con quién lo lleven a la práctica. Yo me niego a quedarme solo en madre de los hijos del tipo al que más me gusta chupársela. O que la única definición que se me ocurra del que me la clava sea que es el padre de los míos. En esas revistas se dan modelos de mujer a los que no estoy a la altura, aunque claro, tampoco respeto a todas esas columnistas que escriben conminándome a quererme, con mis canas y con mis mollas, mientas ellas se tiñen y van puestas de complejos vitamínicos hasta las trancas.

Seamos honestos. Seamos justos. Jamás osaría decirle a nadie con quién, cómo y cuánto sexo debe tener. Quién soy yo para marcar camas ajenas. Me basta con marcar la mía y lo hago desde los 30, dejando bien clarito mis mínimos y los máximos de cuantas personas puedan pasar por ella.

No vaya a ser que sean los demás los que elijan cómo saciar mis calenturas.

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