Adam Zagajewski y la patria
En su crónica sobre la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Letras a Adam Zagajewski, Xavi Ayén escribía en La Vanguardia que había sentido vergüenza al escuchar que algunos tertulianos de radio se quejaban de que el premio no hubiese recaído en Javier Marías, al parecer uno de los favoritos a recibirlo este año. “¡A ver a cuántos españoles han premiado en Polonia!”, protestaba airadamente uno de esos tertulianos, según el cronista. El propósito de este artículo es sumarme a la vergüenza de Ayén, y tratar de razonarla.
Desde 1981, el Princesa de Asturias ha distinguido a 16 autores españoles, mientras que en el mismo periodo sólo un autor sueco ha obtenido el Nobel.
De entrada: yo no dudo de que Marías merezca ese premio —ese o cualquier otro—, pero sólo alguien que no haya leído a Zagajewski puede dudar de que Zagajewski sea digno de él; el escritor polaco es, sencillamente, uno de los mayores poetas vivos. También es por cierto un prosista excepcional, como puede comprobarse leyendo los textos recogidos en Dos ciudades (en particular el que da título al libro: una pequeña obra maestra); pero sobre todo es un poeta. Supongo que no faltará quien alegue que la poesía es en rigor intraducible y que, como la mayoría de nosotros no lee a Zagajewski en polaco, no podemos apreciarlo con plenitud y por tanto premiarlo en España es poco menos que hacer un brindis al sol. El reproche no carece por completo de fundamento, pero en el fondo es de un purismo ornamental, de escaparate. Cuenta Borges que en una ocasión asistió a una abominable representación de Macbeth: la traducción era espantosa, igual que los actores; el escenario, un horror. Pero concluye: “Salí deshecho de pasión trágica”. Y concluye también: “Shakespeare se había abierto camino”. Así es: la poesía de verdad siempre se abre camino, sobre todo una poesía prosaica, alérgica a cualquier inflación retórica, como la que practica Zagajewski igual que la practicaba su maestra, la inmensa Wislawa Szymborska. Lean, si no, este poema, traducido con sobria excelencia por Xavier Farré, titulado Busca y dedicado a uno de los grandes temas de Zagajewski, el desarraigo: “Volví a la ciudad / donde fui niño / y adolescente y un viejo de treinta años. / La ciudad me recibió con indiferencia, /los megáfonos de sus calles murmuraban: / ¿no ves que el fuego todavía arde?, / ¿no oyes el estrépito de las llamas? / Vete. / Busca en otro lugar. /Busca. /Busca la verdadera patria”. Dicho esto, volvamos al núcleo del problema: ¿es justo que un premio español distinga a un autor extranjero, sobre todo habiendo buenos autores españoles a quienes premiar? La duda ofende: la grandeza de una cultura se mide no sólo por su capacidad para fomentar y reconocer el talento propio, sino también —o quizá sobre todo— por su capacidad para reconocer el talento ajeno, para darle cobijo, para ofrecerle si hace falta una patria como la que busca Zagajewski en su poema. Eso es lo que, pese a todo, sigue haciendo grande a Francia: esa acogedora generosidad para celebrar el talento, venga de donde venga, y para asimilarlo hasta volverlo francés; y eso es lo que hace grandes a otras culturas. En su citada crónica, Ayén recordaba un dato esclarecedor: desde 1981, el Princesa de Asturias ha distinguido a 16 autores españoles, mientras que en el mismo periodo sólo un autor sueco ha obtenido el Nobel. Javier Marías ha sido galardonado en Francia, Italia, Irlanda, Alemania, Chile y quizá algún otro país. Y mi penúltima novela —perdonen que hable de mí: es lo que más cerca me pilla, como decía Unamuno— tuvo la fortuna de obtener seis premios, sólo uno de ellos español: los demás eran chinos, italianos y de alcance europeo. En España, en cambio, apenas existen reconocimientos a creadores foráneos, y el Premio Cervantes, que en teoría es el más importante de nuestra lengua, está regido por una bochornosa norma no escrita según la cual un año se concede a un autor español y otro a uno latinoamericano, como si viviéramos en época del Imperio o como si España no fuera una simple nación y Latinoamérica un inmenso continente. Es una mezquindad.
En resumen, el Premio Princesa de Asturias de las Letras no ha premiado este año a Zagajewski, sino que se ha premiado a sí mismo. Es decir: nos ha premiado a todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.