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CLAVES
Columna
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Censuras sutiles

Lo verdaderamente democrático siempre será proteger la disidencia

Máriam M-Bascuñán
Manifestación en contra del Brexit el 25 de marzo en Londres.
Manifestación en contra del Brexit el 25 de marzo en Londres.Daniel LEAL-OLIVAS (AFP PHOTO)

Ya han pasado 13 meses desde el Brexit y Reino Unido parece sumida en una sensación de sofoco, sin aire y sin dirección. Tras alzar los muros en busca de una autoridad delimitada y reconocible que hiciera al pueblo dueño de su destino, el resultado es un Gobierno endeble, caótico y claramente desorientado. Y mientras esto sucede, leemos en The Economist que una “prensa neurótica” tacha de antipatriotas a quienes expresan dudas sobre el confuso rumbo que ha tomado el país.

El mecanismo es el siguiente: identificar la crítica con un calificativo que estigmatice a su emisor. Cualquier objeción sobre la hoja de ruta del Gobierno permanece inaudible porque el dilema lanzado por el disidente a la conversación pública se torna, interesadamente, en postura antipatriótica. Es ese el murmullo que queda, no el valor de la crítica. El resultado es la intimidación sobre un tipo de discurso político que desincentiva las posiciones divergentes por miedo al estigma. Es, en el fondo, un juego de sutileza, pues no se persiguen las opiniones individuales: basta con instituir construcciones discursivas que creen un “marco acústico” pensado para ahogar la disidencia.

Si leemos, por ejemplo, que “poner urnas es democrático”, observaremos esta perversa trampa del lenguaje: el desacuerdo será tildado inmediatamente de “antidemócrata”, y cualquier objeción se juzgará simplemente como reaccionaria. Y así, la ecuación provoca una falsa escisión política: a un lado, los demócratas; al otro, los tibios y traidores. Tal formulación, esforzadamente maniquea, apaga cualquier atisbo de discrepancia. Esta forma emergente de censura inmuniza frente a la crítica e impide que se produzca una conversación provechosa.

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Es un juego viejo y peligroso: introducir en el debate la distinción entre discursos políticos legítimos e ilegítimos, entre los que pueden aceptarse públicamente y los que no. Lo público se convierte de nuevo en ese lugar donde no se dice lo que se piensa, un espacio cercado y limitado por lo que se ha excluido. He aquí la absurda y perversa paradoja, porque lo verdaderamente democrático siempre será proteger la disidencia. @MariamMartinezB

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