¿Enseñaron los egipcios a los gatos a dominar el mundo?
Un estudio de la revista 'Nature' plantea la opción de que la civilización modificó la conducta de los felinos domésticos
¿Tu gato hace lo que le da la gana? ¿Pasa olímpicamente de todas las órdenes que le das? ¿Te mira con cara de no haber roto un plato después de haber roto un plato? ¿Te pone ojitos cuando lo coges del pescuezo para reprenderle? ¿Consigue siempre lo que quiere? Es bastante probable que la respuesta a todas esas preguntas sea un sí. Y también que hayamos dado por perdida la posibilidad de dominar al felino. En este artículo no encontrarán una solución contra la dictadura de los gatos domésticos, pero sí algo de consuelo. Un estudio de la revista Nature plantea la opción de que fueran los egipcios los que modificaran la conducta de los gatos domésticos. Es decir, que podría haber sido una civilización bastante más inteligente que la nuestra la que los programó para dominar el mundo.
El proceso de domesticación de los gatos (tal vez deberíamos llamarlo “proceso de adiestramiento para gobernar el mundo cuando exista Internet”) comenzó en Oriente Próximo y en Egipto, cuando los gatos, que no los humanos, decidieron que así fuera. ¿El motivo? La aparición de los almacenes de comida, que atraían a los ratones y, por extensión, a los gatos. Algo interesante debieron ver los felinos en nuestra raza, ya que se produjo entonces (en torno al año 10.000 AC) la división entre los silvestres y los domésticos. En 2004 se descubrió en Chipre un gato enterrado junto a un ser humano 9.500 años antes de Cristo,
El estudio confirma, a partir de numerosas muestras de ADN rescatadas de yacimientos en Egipto, algunas cosas que los dueños de gatos ya sabíamos. Por ejemplo: que en todos estos siglos han cambiado poco o que mandan en cuatro de los cinco continentes (¿adivinan en cuál pasan de estar?). Y también ofrece algunos detalles curiosos, como por ejemplo que los gatos comenzaron a cambiar el color del pelaje en el siclo XIV, mucho más tarde que los perros o los caballos, por ejemplo. Por lo visto los gatos también hacen lo que les da la gana con su genética.
Creo que hoy, cuando llegue a casa, le voy a poner a Mía unas piezas de Lego. Igual que jamás cazó un pájaro y se le desencaja la mandíbula cada vez que ve uno, tal vez se ponga a levantar estructuras.
Yo, por mi parte, dejaré de sentir la frustración permanente de su caso omiso. Pasaré a caminar por casa cual faraón, por si acaso a Mía ve algún reflejo de sus ancestros y decide, de una puñetera vez, dejar de pasearse por la vitrocerámica.
P.S: Y no, no me dedico a leer la revista Nature. El estudio me llegó a través de un artículo de David Grimm en Science. Que tampoco es que me dedique a leerla muy a menudo, pero es bueno tener amigos que saben lo que realmente le interesa a uno. De todas formas, aquí mi compañero Manuel Ansede, de Materia, lo explica 1.000 veces mejor que yo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.