‘Mía’, la gata que quiere ser mala y no la dejan
El autor descubre que la sociedad divide a los gatos, como en las películas, en buenos y malos
Tras el primer día (son su noche) de Mía, llegó el debut en el veterinario. Una experiencia para un padre primerizo. Y también para una gata recién llegada a su nuevo hogar. Aunque ella jugaba con ventaja porque podía detectar las “feromonas de miedo” que otros gatos habían ido dejando en aquella mesa metálica durante años y años de consultas. Los gatos, en lugar de correos electrónicos y whatsapps, se dejan mensajes prácticos para la vida en forma de olores y feromonas
La primera visita fue bien. Al fin y al cabo se trataba únicamente de conocer a la gata, ficharla, hacerle su cartilla sanitaria, pesarla y comenzar con el proceso de desparasitación. También para que te den una serie de consejos prácticos y para que formules todo tipo de preguntas chorras sobre las cosas que debes o no hacer, sobre lo que les debes dar o no de comer y sobre si hay algún método mágico para que no te rasquen los sofás (no, no lo hay). Total, que te transmiten por vía oral un kit de supervivencia a felinos domésticos y hasta la próxima vez.
Y allí, a mi segunda vez (en el veterinario, se entiende) me encaminaba, ufano, aquella tarde soleada. Llevaba a Mía en una mochila por una absurda relación de ideas que me hizo posponer la compra del transportín hasta que apareciera uno que realmente me gustara (finalmente cogí el primero que me ofrecieron). Ella iba con la cabeza fuera. No se asustaba ni ante los pitidos de los coches ni ante el ruido del autobús al acercarse. Y la gente, claro, me miraba y ponía cara “ay qué cosa más rica”.
Lo dicho, que llegué encantado de la vida al veterinario. Y de repente, a los cinco minutos de consulta, la doctora dijo aquellas palabras que retumbarían en mi cabeza días después: “¡Ay esta gatita que quiere ser mala y no la dejan…!” ¿Quién quiere ser mala? ¿Mía? ¡Pero si es una santa! Volví a casa y eché un ojo a las clasificaciones de gatos más aceptadas: Amigables, Tímidos y Agresivos. Y luego me di cuenta de que la sociedad, mucho más práctica que la ciencia, ha reducido la clasificación de los gatos en buenos y malos. Como en las pelis.
La única referencia que tenía sobre la “bondad gatuna” era la de Micu, una gata a la que acompañé en sus primeras veces a ver a Esteban, su veterinario, que siempre decía: “qué buena es esta gata”. Y sí, la verdad es que era buena, porque le cortaban las uñas, le ponían inyecciones… y no decía ni miau.
Mi principal referencia en cuanto a “maldad gatuna” era Jarito Malo, uno de los gatos de Pancho Varona, que tiene cuenta propia en Twitter y en Instagram y que es un gato objetivamente simpático, muy malo y con mucha gracia.
Total que las palabras de la veterinaria resonaban en mi cabeza cada vez que Mía se pasaba por la zarpa mis advertencias de no subirse a la encimera, no rascar el sofá o volcar las macetas de las plantas. Y, sobre todo, el día que maullaba para intentar entrar en mi habitación. Ante la imposibilidad de hacerlo, fue tirando uno a uno todos los objetos que había sobre una repisa (excepto una hucha llena de monedas de céntimo, que al parecer pesaba demasiado para ella).
Me da rabia cuando rasca el sofá, también cuando la casa aparece llena de arena o cuando los pelos que ha dejado encima de la vitrocerámica delatan que se ha dado un paseo por el lado salvaje de la vida… pero la verdad es que Mía me gusta más así. Creo que en realidad la veterinaria quería decir que iba a ser un poco bastante trasto. Y la prefiero así. Porque aunque de primeras me enfado, por dentro me río e incluso me hace ilusión. La clave en las parejas está en que te hagan reír. El único problema es que ella lo sabe. Es la ventaja de saber utilizar las feromonas.
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