Gay
En pleno Orgullo Gay y en pleno siglo XXI, aún hay perdonavidas que dicen que "al homosexual hay que respetarlo"
Tengo amigos homosexuales, tengo amigos gais, sé de ambidiestros que se lo pasan fetén lo mismo con unos que con otras según las noches, los orificios y la gama de escozores; tengo un conocido cuyo papá sigue hablando de "los sarasas" sin saber –o mucho peor, sabiendo- que a su hijo les van los machos. Y hasta tuve un tronco maravilloso en el colegio mayor que adoraba que le llamaran maricón y que se autodefinía así: "maricón". Y en aquellas locas y universitarias noches de los sábados, metidos en harina a las tantas y con la ausencia de prejuicio que trae la mezcla de amistad y jaleo, como me descuidara un pelo ya lo tenía en trance y diciendo con aquellos ojos achinados: ¿de verdad no quieres probar? Y no, no quería, aunque oye, podría haber querido: como apunta insistentemente un compañero de trabajo, "todas las terminaciones nerviosas están para disfrutarlas". Me sentaré a pensar.
Y luego está esa calaña indeseable que goza no con todas las terminaciones nerviosas pero sí con todas las terminaciones verbales: son esos que, como hizo el sábado en Telecinco el torero Israel Lancho comparando a los gais con los antitaurinos, repiten el mantra ese de que "a los gais hay que respetarlos" (había que ver la cara de Jorge Javier Vázquez). Hombre, Lancho, torerazo, ya puestos, ¿por qué no los curamos, en lugar de respetarlos? Te recuerdo que también hay terapia para machos alfa de salón. No. A los gais y a las lesbianas y a los transexuales no hay que respetarlos o dejar de respetarlos. A quien hay que respetar es a la gente de bien sea gay, lesbiana, trans, hetero o amante de la coprofagia.
Ah, conocí hará cosa de tres veranos a un obispo que decía textualmente: "Hay muchos homosexuales que quieren vivir en castidad y entonces vienen a mí buscando acompañamiento. ¿Son enfermos? Hay muchas terapias sin que los que las reciben sean enfermos". Cuánta sabiduría apelmazada.
Feliz Orgullo Gay.
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