‘Risky’: menores que arriesgan la vida para escapar de Melilla
Decenas de niños y adolescentes tutelados por la ciudad intentan colarse cada noche en los barcos del puerto
Son las dos de la madrugada en el puerto de Melilla, y desde lo alto de la fortaleza de la ciudad varios jóvenes observan a un barco, que está a punto de zarpar. Son menores de edad marroquís. No tienen padres en la ciudad. Miran atentos cómo varios marineros recogen las maromas del ferry de Balearia, que va a Málaga. Los chicos miran intentando adivinar si sus amigos, los que hace unas horas saltaron las vallas del puerto, habrán conseguido colarse en algunos de los camiones que ahora van por el mar. Tienen otra oportunidad: el otro ferry que queda atracado, de Armas. Saben que saldrá hacia la localidad granadina de Motril a las 8 de la mañana. Es el risky: colarse en los bajos de un camión, en el puerto, para que les lleve a la Península o al extranjero.
Más del 90% de los 600 menores no acompañados proceden de Marruecos. Los chicos reciben a través de Facebook o del boca a boca las historias de los que sí consiguen llegar a tierra prometida haciendo risky. De hecho, "Melilla" es tendencia de búsqueda en Google en las regiones de donde procede la mayoría de ellos. Todos pasan con facilidad camuflados entre el tropel de porteadores que cruzan la frontera a diario. Entre 50 y 100 de ellos evitan dormir en el principal centro de menores de la ciudad, La Purísima. Muchos afirman que lo evitan por la saturación del centro (hay 172 plazas para unos 350 menores) y porque "reciben malos tratos por parte de algunos educadores". La fiscal de menores de Melilla, María Isabel Martín, lo niega: "La violencia en La Purísima no es real. No tenemos un resultado real que indique que se esté produciendo una situación de maltrato continuado en el centro". El consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, coincide con ella. "No van al centro de menores porque tienen muchos problemas personales. Vienen de la calle. No quieren normas. Vienen para hacer risky”, afirma el político. Los niños solo tienen un objetivo: buscar un futuro fuera de Melilla y Marruecos. La única manera factible de hacerlo: en barco.
La madrugada avanza y las nubes van cubriendo la noche melillense. Los jóvenes, la mayoría menores y de 18 años, continúan sentados en el pretil de la fortaleza, a decenas de metros de altura, mirando el movimiento en el puerto. Algunos fuman porros, incluidos niños de entre ocho y nueve años. Otros aprovechan las tiritas, gasas y los desinfectantes que las asociaciones locales les llevan para curarse las heridas. No hay uno que no tenga un arañazo o pequeños cardenales de trepar por las rocas o de alguna pelea. Pero algunos muestran contusiones más grandes, alargadas y amoratadas. Ellos culpan a la Guardia Civil. “Cuando me cogieron en las escolleras intentando entrar en el puerto me quitaron los zapatos y los tiraron al mar. Me dieron con la porra. ¿Por qué me pegan, si soy un niño? Nos pegan mucho los guardia civiles”, afirma uno de ellos, de 16 años. A su alrededor una decena de jóvenes cuenta experiencias similares. La noche avanza y los menores continúan charlando en la muralla.
Respeto y educación. Si no lo traéis de casa, lo vais a aprender a hostias” Agente de la Guardia Civil
De repente, un coche de la Guardia Civil llega a toda velocidad. Un agente se baja yles grita. Ellos huyen para esconderse. “¿Por qué corréis? ¡Payasos!”, les espeta. Uno le responde desde lejos en un chapurreado español: “Mucha porra, mucha porra”. Él les responde: “Muchas porras cuando las mereces ahí abajo [en el puerto]”. “Respeto y educación, si no lo traéis de casa, os lo vamos a enseñar a hostias”, añade el agente.
La Guardia Civil niega el uso de la porra
“No empleamos la porra en el puerto”, defiende Guillermo Prada, portavoz de la Guardia Civil de Melilla, quien reconoce que alguna vez sí la ha empleado en las rocas de las escolleras por evitar “un mal mayor”. “El uso de la defensa en cualquier caso siempre es proporcional, oportuno y congruente”, sostiene el agente. También niega que haya puntos muertos de las cámaras de vigilancia en el recinto portuario, algo que los jóvenes esgrimen para justificar la falta de imágenes que prueben que es la Guardia Civil la que provoca los grandes moratones de sus brazos, piernas y costados.
Guillermo Prada explica que a ellos también “les tocan” personalmente los casos que ven. “Se caen de una altura de 9 o 10 metros. Los encontramos prácticamente inconscientes, a veces con consumo de a saber qué”. El portavoz considera que su trabajo es un ciclo sin fin: "Los sacamos al puerto, los llevamos al centro y vuelven a venir. Cada vez hay más lesionados y para colmo algunos denuncian agresiones de los agentes. Hasta que las administraciones no se pongan de acuerdo y no lo solucionen, esto va a estar enquistado", sentencia. La ciudad de Melilla ha anunciado una inversión de 650.000 euros para instalar una nueva valla en el puerto.
Escondido en un camión
Los días pasan y la misma rutina se repite en el puerto en cualquier momento del día, especialmente por las madrugadas. No hay cifras oficiales que indiquen cuántos se van. Simplemente, hay menores que desaparecen de Melilla y no se vuelve a saber de ellos. Uno de ellos, que prefiere no dar su nombre, tiene 19 años y ha crecido solo en la ciudad desde que tenía 8. No tiene permiso de residencia y vive en una chabola en una colina cercana a la frontera marroquí desde la que se ve toda la ciudad, incluyendo los barcos que entran y salen. Ha conseguido hacer risky dos veces, ambas frustradas.
La primera vez rajó una de las dos lonas que hay sobre la cabina del camión y se metió en medio. En la oscuridad se quedó agazapado en silencio, y funcionó. Era imposible verlo. El camión se puso en marcha, notó cómo el vehículo subía cuesta arriba en un barco. Lo estaba consiguiendo. Durante cuatro horas que duró el viaje hasta Motril nadie pudo verlo, pero lo que los ojos no vieron durante el viaje lo olieron los perros en el muelle granadino. Unos ladridos le delataron. Él no opuso resistencia. Ya sabía que tenía que tendría que volver a empezar.
Los agentes de la Policía Nacional le sentaron en un bordillo junto a la salida del barco. “Menor o mayor”, le preguntaron. “Mayor”, respondió, acababa de cumplir 18 años. Un barco le llevó a Ceuta, y de Ceuta fue expulsado a Marruecos. Si hubiera sido menor, hubiera vuelto a Melilla, pero ya ha perdido ese comodín. Sin dudarlo recorrió por terreno marroquí los 400 kilómetros que separan la frontera ceutí de su chabola melillense. Al llegar a la que es su casa, pudo ver desde allí el barco en el que se coló días atrás y en el que volvería a intentarlo. Y lo consiguió una segunda vez, aunque lo encontraron antes de que el barco zarpara.
Otros no han tenido tanta suerte y han sido atropellados por los camiones en los que se escondían, como los últimos dos casos, ocurridos en mayo. Un chico murió al caer de un acantilado y algunos acaban en el hospital. No obstante, él está pensando en cómo hacerlo la tercera. Entre sus destinos predilectos no contempla España (ya tiene orden de expulsión). Piensa en Suecia, Bélgica o, puestos a soñar, Canadá. Sobre su cabeza, en el tejado de su minúsculo hogar de uralita cuelgan un peluche del pato Lucas, unas serpentinas de colores y un atrapasueños. “Me quiero ir ya... No quiero tener 40 o 50 años y seguir en este chabolo”, lamenta.
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