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Columna
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El fin del espejismo centrista

Cuando Rajoy replicó a Montero, la moción ya había ganado el reconocimiento

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la portavoz de Unidos de Podemos, Irene Montero, durante sus respectivas intervenciones en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la portavoz de Unidos de Podemos, Irene Montero, durante sus respectivas intervenciones en el Congreso de los Diputados.Sergio Barrenechea - J.C.Hidalg (EFE)

Una moción de censura no es ninguna broma. Esto es lo que pensaría Rajoy, a pesar del muro de descalificaciones construido los días previos contra la iniciativa de Podemos. Y el presidente se fajó. Segundos fuera. Cuando, por sorpresa, replicó la requisitoria de Irene Montero, quizás consciente de que muchísimos ciudadanos se identifican con el listado de denuncias que presentó la portavoz, la moción ya había ganado el reconocimiento que se le negaba. Cuando le dijo a Iglesias que no estaba preparado para ser presidente, este ya había conseguido el cuerpo a cuerpo que buscaba. Y así, los tres ejes del mensaje del candidato adquirían carta de naturaleza para marcar el futuro político inmediato: hay que sacar al PP de las instituciones para que se desinfecte en la oposición; tenemos que entendernos con los socialistas, sin la muleta naranja, porque solos no lo conseguiremos; hay que reconocer la realidad plurinacional de España y dejar que los catalanes decidan.

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Ahora toca decir que Rajoy e Iglesias han salido reforzados del envite. Y los socialistas se consolarán con la eterna excusa de la pinza: Iglesias iba a por ellos y Rajoy le aceptó el juego para aislarlos. La debilidad siempre genera paranoias. Pero los efectos reales de este debate los veremos en la evolución de la agenda política y de las encuestas. Atención a la curva que siga el modesto efecto burbuja de la elección de Sánchez y a la evolución de la línea de caída de Podemos en los últimos meses. En cualquier caso, la moción certifica retorno al eje derecha-izquierda, una vez la fantasía centrista de 2016 ha hecho aguas. Una evolución que se venía anunciando por la derechización de Ciudadanos, premiada con la bendición de José María Aznar a Albert Rivera, y por la reacción de la militancia contra el aparato socialista que cristalizó en la reelección de Sánchez. La derecha se agrupa para votar contra Iglesias, la izquierda se divide entre el sí y la abstención. El retorno a los dos bloques genuinos de la democracia parlamentaria abre en consecuencia un serio interrogante en la izquierda: ¿cómo entenderse entre dos fuerzas demasiado parejas en tamaño y distintas en cultura política? La psicopatología de las diferencias de vecindario acostumbra a ser letal, pero o PSOE y Podemos son capaces de encontrarse o hay derecha para años.

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Los socialistas se consolarán con la eterna excusa de la pinza: Iglesias iba a por ellos y Rajoy le aceptó el juego para aislarlos

En cualquier caso, ayer vimos la nueva imagen de Podemos: chaqueta azul clara, camisa blanca. Se corresponde con el cambio de enemigo: ya no es la casta, sino la trama. Y la trama gira en torno al PP. Como ocurre a menudo en política, a veces es necesario perder para que una estrategia triunfe. Y el martes Pablo Iglesias errejoneó más que nunca.

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