A Europa le debe importar el Golfo
La crisis desatada por tres países de la zona contra Qatar y la actitud del presidente de EE UU ante ella se asienta en las mismas circunstancias que han provocado estallidos de violencia y terrorismo en Oriente Próximo
El mundo suele prestar atención a Oriente Próximo cuando ocurre algo relacionado con la lucha antiterrorista. Los habitantes de la región sufrimos el terrorismo más que otros, pero sabemos que los regímenes árabes utilizan esa lucha para sus ajustes de cuentas con quien les conviene: intelectuales, periodistas, partidos de la oposición y Estados a los que consideran enemigos.
El 5 de junio, tres países del Golfo anunciaron unas medidas extraordinarias contra el Estado de Qatar: cortaron las relaciones diplomáticas, cerraron las conexiones por tierra, mar y aire, cancelaron los vuelos a y desde Doha, ordenaron a sus ciudadanos que no viajaran al país y exigieron a los cataríes que abandonaran sus territorios.
Esos tres países, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Baréin, no tenían relaciones cordiales con Qatar. Durante los últimos 20 años, Qatar ha tenido una política exterior independiente de la de Arabia Saudí. El motivo de tensión más obvio en las relaciones entre las dos partes es la cadena de televisión catarí Al Yazira, que los saudíes y otros regímenes árabes consideran una amenaza contra su seguridad nacional, porque Al Yazira adoptó desde el principio una línea editorial independiente —poco habitual en el mundo árabe— y abrió sus puertas a todos los partidos políticos, opiniones, corrientes y tendencias, en una región en la que se piensa que los medios son un instrumento de seguridad y, por tanto, deben obedecer las instrucciones que les dan los servicios de inteligencia o incluso están en manos del Ministerio del Interior.
El cambio trascendental en la región se produjo a principios de 2011, con la primavera árabe. Al Yazira desempeñó un papel importante como plataforma a disposición de las fuerzas democráticas. Por supuesto, eso enfureció a los Gobiernos árabes, para los que la primavera era una amenaza contra su propia existencia. Por eso se apresuraron a poner en marcha contrarrevoluciones y golpes militares, para acabar con lo que consideraban una horrible pesadilla.
Qatar no se unió al coro de los que jalearon las contrarrevoluciones. Y Al Yazira mantuvo su línea editorial independiente, que, según los tres países del Golfo, no era lo que hacía falta. Las discrepancias con Doha continuaron, a veces con estallidos repentinos.
El motivo de tensión más obvio ha sido la cadena de televisión catarí Al Yazira
En 2014 los tres países retiraron a sus embajadores. Pero la crisis no pasó de ahí porque el Gobierno de Estados Unidos de entonces no quería que hubiera más crisis en la región. Hoy, la Casa Blanca ha cambiado. Arabia Saudí ofreció al presidente Trump el mejor recibimiento jamás otorgado a un presidente norteamericano y movilizó y reunió a los dirigentes y representantes de 50 Estados islámicos para que les diera lecciones sobre terrorismo. Trump regresó de su visita con 480.000 millones de dólares para dar publicidad a sus logros en un momento en el que sus problemas en Washington son cada vez mayores.
En el Golfo, los tres Estados decidieron vengarse de Qatar y le acusaron de lo peor que se puede acusar a un enemigo: de apoyar el terrorismo.
Los habitantes de la región y los que siguen los acontecimientos en Oriente Próximo saben que Qatar forma parte de la coalición antiterrorista internacional y que alberga la mayor base militar de Estados Unidos en la región. Saben también que es cultural y políticamente abierta y que patrocina la cadena Al Yazira. Es un Estado soberano con el que podemos estar de acuerdo o no, pero que tiene derecho a tener sus propias relaciones y posiciones internacionales. Existen cauces apropiados para resolver las disputas entre Estados. Recurrir a medidas como el boicot infringe el derecho internacional y el Convenio de Ginebra en tiempos de guerra. Y, sobre todo, deteriora la dinámica y la realidad estratégica actuales de Oriente Próximo.
Estos países parecen pensar que tienen que darse prisa porque la presencia de Trump ofrece una oportunidad que quizá no se prolongue mucho: no hay que olvidar los complejos problemas que afronta en su propio país. De ahí el gran recibimiento en Riad y las promesas de inversión, un pago generoso para un presidente que cree que las relaciones internacionales son un toma y daca. Y Trump no les decepcionó. Bendijo en Twitter el aislamiento de Qatar y se enorgulleció de que fuera el resultado de sus esfuerzos personales en la lucha contra el terrorismo.
Si EE UU no proporciona un liderazgo equilibrado, los europeos deben hacer notar su presencia
Sin embargo, los tuits de Trump tuvieron el efecto contrario. Irritaron a los europeos, que adoptaron la actitud contraria, especialmente Alemania y Francia, y tuvieron todavía más repercusión en los países de la región. Turquía tomó medidas inmediatas para aprobar una ley que permite desplegar tropas en la base que posee en Qatar. Erdogan se comunicó con el presidente Putin y el ministro de Exteriores iraní llegó a Ankara a hablar de la crisis. Oriente Próximo pareció caer en un estado de confusión que amenazaba con alterar el equilibrio de poder regional. El aparato militar estadounidense y el Departamento de Estado, temerosos de que hubiera una escalada, se apresuraron a actuar para contener la crisis. Trump llamó al emir de Qatar y se ofreció a intervenir.
El problema de Oriente Próximo es que lleva muchas décadas padeciendo unos Gobiernos autoritarios e intervenciones extranjeras por la fuerza. Ambos elementos tienen una presencia destacada en la crisis actual. Después de aplastar los sueños de una transición democrática pacífica de los jóvenes, la represión ha alcanzado unos niveles sin precedentes. Desde el ocaso de la primavera árabe, la región se ha sumido en una serie de guerras civiles y un sufrimiento humano infinito. Con un presidente en Estados Unidos que toma decisiones de forma tan arbitraria, nos encontramos ante una situación que repite las mismas circunstancias históricas que han desencadenado siempre los estallidos de violencia y la difusión del terrorismo en todo Oriente Próximo.
En estos momentos, la actitud de Europa es muy importante. Europa es el vecino más cercano de Oriente Próximo y sufre de manera inmediata las consecuencias de sus problemas. Si Estados Unidos no puede proporcionar un liderazgo equilibrado, son los Estados europeos los que deben hacer notar su presencia, por lo menos para prevenir una nueva crisis en sus propias fronteras.
A largo plazo, debemos ayudar a construir el futuro y facilitar los sueños de los jóvenes, que desean vivir en unos países que respeten la dignidad y los derechos humanos. La opresión nunca garantiza la seguridad. El camino hacia la libertad es largo y agotador, y está lleno de obstáculos. Pero es el único que conduce a la estabilidad y la justicia.
Waddah Khanfar fue director general de la cadena de televisión Al Yazira.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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