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Tribuna
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Lucha pacífica en Alhucemas

Las protestas del Rif muestran las disfunciones de un país deseoso de cambios

Naser Zafzaf, al final de una marcha multitudinaria celebrada a finales de mayo en Alhucemas.
Naser Zafzaf, al final de una marcha multitudinaria celebrada a finales de mayo en Alhucemas.Mohamed Siali (EFE)

Han transcurrido ya siete meses desde el inicio de las manifestaciones en la ciudad de Alhucemas, la capital simbólica de la región del Rif, y, lejos de sucumbir al cansancio, la gente está demostrando su determinación a continuar con la lucha.

La muerte de Mouhcine Fikri, el vendedor ambulante de pescado que fue aplastado por la trituradora del camión de la basura cuando intentaba salvar el pescado requisado por las autoridades, fue la chispa que hizo arder el corazón de una región que está harta de ser abandonada y maltratada por el estado.

Si queremos entender parte de lo que estamos presenciando, tendremos que hablar de lo que Mohamed Arkoun – el gran historiador del islam argelino francés, cuyo vínculo con Marruecos fue tan estrecho que hoy sus restos mortales descansan en Casablanca- denominaba las tragedias políticamente programadas. Es decir, todas aquellas decisiones políticas que hoy obvian la complejidad, mañana se encontraran con el conflicto que han pospuesto.

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La historia reciente de Marruecos está repleta de episodios de choque con esta región que se ha sentido históricamente marginada económica, cultural y políticamente, dejando en ella un poso de resentimiento y humillación que auguraba un futuro de lucha como el que hoy estamos presenciando.

Sin embargo, lo más admirable es la inteligencia pragmática con la que la gente ha encarado estas manifestaciones. Lejos de enarbolar proclamas identitarias y separatistas, lo que están exigiendo es la abolición del decreto de 1958 por el cual se considera Alhucemas una zona militarizada, más justicia social, desarrollo económico que permita obtener trabajo a los más jóvenes, asfixiados por el desempleo, más y mejores escuelas y hospitales y más dignidad y reconocimiento a la cultura y la lengua de la región.

La detención del hasta ahora líder de estas manifestaciones, Nasser Zafzafi, acusado de interrumpir el sermón del imán de la mezquita de su barrio y de atentar contra la seguridad del estado, y la de otros manifestantes, no es una estrategia inteligente por parte del estado. Al contrario, contribuye a caldear más los ánimos.

En uno de los últimos WhatsApp largos que he recibido desde Marruecos se dice – y resumo- que lo que ocurre en Alhucemas desde hace siete meses pone de manifiesto la multitud de disfunciones del país, que no atañen únicamente a la región del Rif. La conjunción de un sistema político que funciona sin partidos políticos sólidos, sin sindicatos y sin asociaciones fuertes y sin élites legítimas y una sociedad en ebullición, deseosa de cambios estructurales que permitan la justicia social, explican lo que hoy estamos presenciando. El fenómeno de Nasser Zafzafi, es el resultado de esta situación. Una persona sin filiación política, capaz de expresarse en las dos lenguas del país (hace referencia al Darija – el árabe coloquial- y el amazig – la lengua orignaria del Rif-) y que cuando toma el micrófono, resulta convincente.

Son las palabras resumidas de una persona que dice ser de la clase media casablanquesa (En Marruecos, cuando alguien dice ser de la clase media, a diferencia de lo que ocurre aquí en España, le podemos presuponer un nivel de vida alto). Si este es el sentir de una parte de la sociedad acomodada de Casablanca, imagínese el lector, cuál debe de ser el estado de ánimo de un habitante modesto (la gran mayoría) de la región del Rif. Ahora bien, la opinión de esta persona es muy importante porque a mi juicio señala algunos fallos estructurales que afectan no solamente a una región sino a todo el país. La actuación que el estado lleve a cabo en Alhucemas, determinará también la reacción del resto del país.

Mohamed Arkoun, cuando hablaba de los países musulmanes, señalaba a Marruecos como uno de los pocos estados donde se estaban dando algunos pasos reales hacia la democracia. Este es uno de aquellos momentos históricos donde se puede dar un paso de gigante en esta dirección.

La madurez y el pacifismo de los manifestantes merecería recibir una respuesta igualmente madura y pacífica por parte del estado. Lamentablemente, la detención de Zafzafi y la de otros manifestantes no va en esta dirección. Aun así, aparecen nuevos líderes, entre ellos una mujer, Nawal Benaisa, que insisten en que las manifestaciones deben de continuar siendo pacíficas. “Pacífica, pacífica, pacífica” fueron también las tres palabras con las que se despidió el padre de Zafzafi cuando se dirigió al a multitud que coreaba el nombre de su hijo.

Saïd El Kadaoui Moussaoui. Escritor y psicólogo. Su última novela es NO (Ed. Catedral).

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