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Tribuna
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La función ha terminado

Maduro amenaza con entregar armas a sus partidarios, pero su guerra ya está perdida

Sergio Ramírez
Policías antidisturbios durante una protesta en Caracas contra el régimen de Maduro.
Policías antidisturbios durante una protesta en Caracas contra el régimen de Maduro.LUIS ROBAYO (AFP)

Un amigo que ha visto el vídeo donde aparece Nicolás Maduro empuñando una poderosa arma de guerra, de esas de las películas de Van Damme, me explica que se trata de un fusil automático Fara 83. Lo sabe porque participó en la guerra de los ochenta en Nicaragua entre contras y sandinistas, que costó más de 30.000 muertos.

Maduro, que aparece sentado en una plataforma móvil, demuestra su ignorancia en cuanto a armas, afirma mi amigo: tiene la mano izquierda colocada en medio de la manivela de recarga, y lo menos que le puede pasar apenas hiciera el primer disparo, es que se le desgonce el dedo.

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Quien desconoce cómo se manipula un fusil que tiene una cadencia de tiro de 750 cartuchos por minuto, puede causar una verdadera mortandad; excepto que sus subalternos le hayan entregado el arma descargada al comandante supremo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Y mientras apunta el cañón hacia arriba, como si buscara aviones enemigos en el cielo de Caracas, dice:

“De estas podemos llevar unas 10.000 o 20.000 a todos los barrios, los campos, para defender el territorio de Venezuela, la patria, la soberanía, junto con otro tipo de armamento que estamos preparando en secreto para poder moverse en los barrios, campos, todos lados”. No me culpen de la prosa de Maduro; lo único que hago es transcribir sus palabras enardecidas de héroe de película de guerra.

Para un hombre acosado, que ve como el mundo se desmorona alrededor suyo, estos alardes no deben tomarse a risa. También habló del “derecho histórico de combatir en todo el territorio americano. Nadie nos quitaría ese derecho… retroceder nunca, rendirse jamás”. Esto último, título de una película de Van Damme.

Fusil en mano, amenaza con una guerra total, sin fronteras. Maduro resucita en Simón Bolívar para librar una nueva batalla por la independencia de los países del continente, que nadie le está solicitando. Y además de hallarse bastante pasado de peso como para marchar a la cabeza de sus ejércitos libertadores, eso es algo que solo puede decir quien ya no tiene control de sí mismo.

Pero eso no es todo. También anuncia que ha aprobado “al ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, planes para expandir la Milicia Nacional Bolivariana a 500.000 milicianos y milicianas con todos sus equipos”. El pueblo en armas a las calles, a los campos; y cuando sea necesario, más allá de las fronteras.

Una de las clásicas manifestaciones de la esquizofrenia del poder es cuando alguien que gobierna se refiere a sus partidarios como “el pueblo”. El pueblo que votó masivamente en contra del partido de Maduro en las elecciones legislativas y dio a la oposición la mayoría calificada, que hasta ahora le ha sido birlada, no existe.

El pueblo que sale desarmado todos los días a las calles a exigir que le devuelvan sus derechos confiscados, entre ellos el de vestirse, curarse, comer, no existe. Las víctimas mortales de la represión de los paramilitares tampoco entran en esa contabilidad sectaria de lo que es “el pueblo”. Todos ellos son enemigos. Traidores. Millones de traidores.

El único pueblo que vale es el que viste las camisas rojas del Partido Socialista Unido, y aún está por verse si la lealtad entre las filas de partidarios del régimen es tan sólida como Maduro cree, o aparenta creer. ¿La Fuerza Armada estaría de verdad dispuesta a repartir medio millón de fusiles entre civiles, lo que triplicaría en número a los efectivos militares regulares? ¿Tendría la capacidad de controlarlos? Ese acto podría significar nada menos que la invitación a una verdadera guerra civil.

En lugar de buscar cómo desarmar a tantos miles en posesión ilegal de armas, incluidas las que están en poder de las propias bandas del Gobierno, delincuencia común más delincuencia política, Maduro anuncia, con extravagante lógica, que apagará el fuego con pólvora viva.

Los muertos en las calles son, hasta ahora, víctimas de las bandas paramilitares, y aunque la Fuerza Armada ha declarado su lealtad a Maduro, eso solo se sabrá de cierto cuando ordene que las tropas salgan a la calle a disolver a balazos a los manifestantes.

Todas las batallas para Maduro están ya perdidas. La batalla diplomática, la batalla de la opinión pública, la batalla económica, la batalla social, con los antiguos barrios baluartes del chavismo ahora en contra. La batalla en las calles.

Alguien de los suyos debería poder decirle que es hora de hacer mutis por el foro. La función ha terminado.

Sergio Ramírez es escritor.

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