Instrucción 8
Piense con alivio y con pánico, con agradecimiento y terror: “Podemos seguir así veinte años más”
Mire por la ventanilla del auto. Vea cómo, a su derecha, se alinean moles de cemento y vidrio. Sienta frío, aunque sea un sábado soleado. Recoja los pies en el asiento. Mírelo a él, que conduce. Piense: “Qué guapo”. Diga: “Qué feos esos edificios”. Escuche cómo él dice: “Si”. Diga: “Tendríamos que llamar al plomero, por lo del caño”. Escuche cómo él dice: “Bueno”, no como si no le importara sino como quien considera el asunto algo muy poco entretenido para un día como ese. Siéntase, de pronto, urgida, como si quisiera enmendar una falta. Diga “¿Y si vamos al teatro?”. Escuche cómo él dice: “¿Si?”. Diga: “Mejor no”. Piense: “Si no nos gusta el teatro”. Sienta una voluntad rara: como si quisiera complacerlo, pero haciendo cosas que usted nunca hace, en una actitud que sabe que resultará ridícula y sospechosa. No pueda detenerse. Diga: “¿Y a una galería de arte?“ . Escuche cómo él dice: “¿Y si vamos al recital en el parque, a la noche?”. Piense: “Calor, mosquitos, horas fuera de casa”. Responda: “Mañana tengo que trabajar”. Arrepiéntase. Pregúntese qué fue de esa chica que usted era: alguien capaz de ir a un recital en cualquier momento, alguien que vivía en un departamento en el que había un solo plato, un solo tenedor, un solo juego de sábanas. Piense en la casa en la que viven ahora donde, hace una semana, encontró un juego de toallas sin estrenar compradas cinco años atrás. Diga “Bueno, podemos ir y volver temprano”. Escuche cómo él dice, con sinceridad serena: “No. Está bien. Nos gusta pasear. Vamos al río”. Mírese los dedos de los pies, encogidos como garras. Pregúntese: “¿Qué queda de mí?”. Mire por la ventanilla. Siéntase ansiosa como un pájaro que choca contra un vidrio y busca una salida que no existe. Piense –con alivio y con pánico, con agradecimiento y terror- “Podemos seguir así veinte años más”.
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