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CLAVES
Columna
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Presidente espía

Trump amenaza al jefe del FBI al que acaba de destituir con un tuit

Xavier Vidal-Folch
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos.
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos.OLIVIER DOULIERY (AFP)

El pasado fin de semana es un apretado resumen de lo que viene: la presidencia de Estados Unidos al borde del abismo; una Europa que vuelve, al compás de Francia, y China planteando inéditos retos económicos a todo el mundo, como si hubiera ya tomado el liderazgo mundial.

Tener un presidente espía es incómodo. Sobre todo si la sospecha empieza no en pleno segundo mandato —Nixon dimitió por el espionaje del Watergate al Partido Demócrata en 1974; había sido elegido en 1969— sino en los primeros meses del primer período.

La brutalidad de Donald Trump es estentórea. Amenazar al jefe del FBI al que acaba de destituir con un tuit en el que enarbola que “será mejor [o “más le vale”, se admiten ambas traducciones] que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que él empiece a filtrar a la prensa” es chantaje.

O chantaje fanfarrón, si no hubo grabaciones. O delictivo, liberticida, porque le grabó ilegalmente y entonces, le llegará el impeachment, la recusación y la destitución.

Trump ya bordea el abismo. Nixon debió renunciar solo por actuar contra el rival ideológico y por hacerlo contra la legalidad que asegura la libertades americanas. El delito de Trump, si grabó, es aún mucho más grave.

El jefe del FBI James Comey no era un rival ideológico (militó largos años con los republicanos): luego todos corren peligro, que tiemble hasta el yerno.

Los micrófonos no estarían en un hotel sino en la Casa Blanca: luego en los EE UU del tío Gilito no hay lugar seguro. Y el rifirrafe cuelga de la seguridad nacional, la campaña de Kremlin contra las elecciones norteamericanas, “para denigrar” a Hillary Clinton, y en “preferencia por Trump”, según certificado conjunto del FBI, la CIA y la NSA. Luego la sospecha de que el presidente es un espía se duplica con la de que esté conjurado con intereses de una potencia extranjera.

Simultáneamente, Emmanuel Macron subraya en un París solemne y digno la “responsabilidad de las élites”, reclama no ninguna soberanía sino la “interdependencia” y reivindica “una Europa más política”. Y en Beijing, Xi Jinping pone de largo ante el mundo su Ruta de la Seda. Así iremos.

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