Mujeres artistas de tierras arrasadas
Una exposición en San Sebastián muestra el trabajo de 13 artistas de países árabes e islámicos que rompen la imagen de una mujer sumisa y ajena a la política
El asesinato de sus padres en su propia casa la empujó al exilio definitivo e impregnó de denuncia su obra artística. Parastou Forouhar (Irán, 1962) era una adolescente cuando comenzó la revolución en Irán y también cuando empezó a visitar en la cárcel a sus padres, escritores y activistas disidentes. “Encontré en el arte una manera de comunicarme con los demás y después el modo de mantener viva la memoria de mis padres”. Cada 22 de noviembre regresa a Teherán para conmemorar su memoria y seguir en contacto con su gente. A Amina Benbouchta (Marruecos, 1963) fue la primavera árabe de 2011 la que le sacó del estudio y comenzó a llenar su arte con la paleta de mensajes políticos de las calles. “Me siento una privilegiada por llegar a las mentes de mi público sin censuras”, reconoce. Para Larissa Sansour (Jerusalén, 1973) “sería delirante estar todo el día hablando de política y después pintar flores”. Por eso su obra acude a la ficción para transmitir lo surrealista de la ocupación israelí. Todas son mujeres, todas rompen el estereotipo que en Occidente se tiene de ellas por venir de países árabes en conflicto y todas reclaman una mirada más abierta.
“El exilio es un país en sí mismo”. La artista iraní Parastou Forouhar lleva desde el año 1991 en Alemania. Allí ha desarrollado su obra y desde allí continúa luchando por la memoria de sus padres. “Cuando Occidente mira hacia Oriente Medio lo hace lleno de clichés. Lo que más preocupa a las mujeres de mi país no es el velo sino la falta de derechos y las desigualdades entre hombres y mujeres”, enfatiza desde el Museo de San Telmo de San Sebastián (Gipuzkoa). Allí, dentro de la exposición Waste Lands: tierras devastadas, ha sido invitada a presentar sus dibujos e instalaciones junto a otras 13 artistas procedentes de países árabes e islámicos. Todas invitan a la reflexión sobre cómo miramos y cómo reaccionamos ante lo que vemos. “De lejos mis obras parecen bellas, cuando te acercas descubres que denuncian injusticias”.
El arte como homenaje a la democracia
En su caso, no necesitó acercarse a la realidad política de Irán para documentar esas injusticias. Le bastó sobrevivir a ellas en su propia casa. Su padre, Dariush Forouhar, llegó a ser ministro. Después lideró el partido de oposición, Hezb-e-Mellat-e Irán, hasta que en 1998 fue asesinado junto a su esposa en su propia casa. “Lo que hago ahora es un homenaje a mis padres y a toda la gente que lucha por la democracia en mi país”. Lejos de debilitarla, Forouhar ha convertido la violencia del Estado en fuerza transformadora. “Las mujeres tenemos ahora más poder en Irán: hemos asumido el reto de seguir adelante, luchar por nuestros derechos y exigir cambios”, enfatiza.
Y en esa lucha lleva tres décadas como artista con un casa en Alemania y otra en Teherán a la que intenta acudir con frecuencia. “Necesito mantener el contacto. Cuando me lo permiten expongo en mi país y todos los años busco la manera de homenajear a mis padres: unas veces me dejan, otras no”. Asume con orgullo haberse convertido en portavoz de las mujeres de su país y de haber sumado a mucha gente a la causa de las libertades. “Pero lo que más necesitamos las mujeres en Irán es cambiar las leyes y que Europa reconozca y apoye los movimientos políticos que buscan una mayor democracia”.
“La primavera árabe me sacó del taller”
“Muestro un rostro de las mujeres activo, para nada sumiso y eso choca”
Ese mismo orgullo muestra la artista marroquí Amina Benbouchta, también a caballo, en este caso entre París y Casablanca. “Las mujeres marroquíes quedamos reducidas a estereotipos y es cierto que sufrimos una gran desigualdad pero también es cierto que no permanecemos sumisas: somos cada vez más activas, comprometidas y no nos dejamos influenciar”. Con la llegada de la primavera árabe, Benbouchta decidió dar un paso al frente y abandonar la soledad del taller para recoger el grito de las calles pidiendo más libertad. “Siempre me había preguntado si un artista debía ser activista. En 2011 comprendí que era lo mismo: ser artista ya es ser activista”. Desde entonces su obra se ha llenado de una intensa carga política y explora la capacidad de la imagen, escultura e instalación para generar reflexiones.
Basta con exponerse a su ultima creación, en San Sebastián hasta el próximo 21 de mayo, para comprobarlo: sobre un cojín aterciopelado, muestra un gran cepo de oso metálico abierto. “Lo pensé como una manera de reflejar universos diferentes en una relación de tensión donde se pueden obtener muchas lecturas políticas. El cepo representa la caza, la violencia, la opresión de un mundo patriarcal sobre un cojín que simboliza la presa, la feminidad marroquí, el mundo que sufre esa violencia”, sintetiza sin querer desvelar todos sus significados. “Muchas sociedades funcionan a través de estos desequilibrios, de esta violencia donde todos acaban siendo víctimas”.
Y en este proceso ha descubierto que las mujeres en Marruecos viven un buen momento para ser artistas por existir una sensibilidad especial de la sociedad hacia el lenguaje artístico. “Para mí es un privilegio conectar con las mentes sin obstáculos aunque la gente sea analfabeta. Lo que me da una gran fuerza”. Tan solo ve problemas con la desnudez aunque ella nunca ha sufrido censura.
Víctimas de los estereotipos
Donde sí ha encontrado más problemas ha sido en Europa, según ella por romper las expectativas que genera una mujer marroquí. “Muestro un rostro de las mujeres activo, para nada sumiso y eso choca”. La artista palestina Larissa Sansour también sufre en su obra la mirada occidental estereotipada. “Nací en Jerusalén, crecí en Belén y llevo 20 años fuera desarrollando mi obra en Londres. Mi principal problema hoy es no tener un país”, reconoce ante la tensión que le produce responder a los estereotipos de Europa y a las peticiones de los movimientos palestinos para que se sume a sus causas.
Pese a todo, ha conseguido convertirse en un eficaz altavoz de la situación que sufre el pueblo palestino ante la ocupación israelí. Tanto que en 2012 su obra sufrió la censura de un museo en Suiza. Tras ser invitada a participar en un concurso, le presionaron a que abandonara de forma voluntaria bajo las presiones de la marca patrocinadora. “No solo no abandoné sino que denuncié la situación”. En tan solo 24 horas los principales medios de comunicación del mundo se hacían eco de su denuncia. “Tanto que comencé a proteger el museo al ver que movimientos de boicot a Israel se sumaban con fuerza a mi denuncia. Me sentí incómoda. Trabajo con la política pero no busco ser ninguna líder”.
Su obra, presente también en el Museo San Telmo de San Sebastián, mostraba a través de un cortometraje cómo todo el pueblo palestino había sido encerrado en un gran rascacielos. “Hasta me invitaron a la ONU para hablar de la libertad de expresión”, reconoce sorprendida todavía del potencial de su obra y los riesgos de una artista a hablar de política.
Lo que sí tiene claro es que ella ante todo es artista y que como palestina su arte habla de política. “Desde que nací la política me ha afectado desde las formas más básicas: un muro me separa de amigos y familiares”. Y de esos temas habla a través de la ficción. Eso sí, advierte de que no está sola en este trabajo creativo. “En Palestina existe hoy un gran trabajo creativo por parte de las mujeres: hay muchas artistas, muy activas y muy buenas”.
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