Vírgenes
Lawrence Osborne, gran tipo, sólo quería verificar que no queda ni un palmo de tierra virgen
Es un escritor de viajes que odia los libros de viajes. Sabe que ya es imposible viajar en su sentido estricto, que es el de escapar a lo común y adentrarse en lo desconocido, como aquellos viajeros románticos que pisaban con temor y temblor las agresivas plazas napolitanas o los ruidosos corrales andaluces. Ahora la gente se aprieta en un hormiguero mundial. Así que Lawrence Osborne nos cuenta su viaje por orden y comienza con los centros más adocenados y vulgares, Dubái, capital de la ordinariez millonaria; Calcuta, la ruina de la destrucción miserable; Bali y su gamelán obsesivo que enloquece al más sereno; Haití, las islas Andamán… en fin, la ruta que le lleva a los jarawas, etnia salvaje e inaccesible que se oculta en bosques prohibidos. Pero tampoco. La reserva está vigilada por policías tan corruptos como los propios jarawas. Y así sigue hacia Papúa Nueva Guinea, en donde está casi seguro de poder pisar tierra virgen y ver gentes que jamás han tocado a un hombre blanco. Es un viaje al corazón de las tinieblas (en el que el único reposo es un arreglo dental en Bangkok) buscando con desesperación escapar al mundo conocido, a lo cotidiano, a la inevitable muerte que nos espera agazapada tras nuestras rutinas.
Este escritor aventurero acabará llegando a Papúa Nueva Guinea y pasará meses de dolor y locura en selvas insoportables para, por fin, alcanzar un lugar donde, en efecto, sus habitantes nunca han tocado al hombre blanco, al Turista desnudo, como titula su excelente libro.
Pues también es mentira. Ya estuvo allí Margaret Mead, la antropóloga, en 1938 y había vuelto en 1967 para constatar la destrucción que trae el turismo. Osborne, gran tipo, sólo quería verificar que no queda ni un palmo de tierra virgen.
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