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CLAVES
Columna
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¿Mascletà, o guerra?

Un conflicto armado requiere razón moral, estrategia, alianzas y política

Xavier Vidal-Folch
Las Fuerzas Especiales durante una patrulla en Pandola, cerca del área bombardeada por Estados Unidos.
Las Fuerzas Especiales durante una patrulla en Pandola, cerca del área bombardeada por Estados Unidos. Parwiz (REUTERS)

Como un niño jugando con pistolas, jadeaba el presidente de Estados Unidos: quiero ganar guerras. Qué lenguaje adulto. Y de repente lanza unos petardazos a distancia sobre una instalación militar siria y una superbomba en las montañas de Afganistán.

¿Se trata de las guerras objeto de su deseo o de meras mascletàs falleras? Una guerra es una cosa muy seria. Requiere una razón moral que la justifique, una estrategia que la desarrolle, unas alianzas multilaterales que le den viabilidad en el mapa global y una política que la complete.

Careciendo de eso, una intervención armada exterior servirá para ocultar fracasos —como la reversión de la reforma sanitaria Obamacare o el fiasco de los decretos de veto fronterizo a los inmigrantes—, pero nunca merecerá el nombre de guerra.

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EE UU aprendieron mucho de la ominosa derrota militar en Vietnam. Y generaciones de militares/intelectuales, entre ellos personajes notorios como Colin Powell o Wesley Clark, contribuyeron a construir sobre aquellas cenizas una nueva doctrina militar, que en parte se aplicó en Panamá contra el general Noriega en 1989; contra el Irak del dictador Sadam Hussein en 1991 (la primera guerra multilateral del Golfo, no confundir con la segunda, la de los golfos); o contra el genocida serbio Milosevic en 1999.

Se conoce que esa doctrina, siguiendo a Clausewitz, propugna abstenerse si no se dispone de una potencia militar superior a la enemiga en grado aplastante e implacable; que defiende actuaciones rápidas, y mejor, breves; que prima al 100% evitar las bajas propias, lo que da preponderancia a la guerra aérea, aunque esta nunca baste para dirimir el desenlace; que exige contar con un plan de retirada de las tropas sobre el terreno, si se han desplegado.

Pero muchos desconocen la prioridad que da la doctrina al planteamiento político y la incardinación de la estrategia militar en él; a los objetivos políticos concretos que se pretende conseguir. Y en consecuencia, a la importancia de ganarse el apoyo de las poblaciones afectadas, sometidas a dictaduras o regímenes terroristas, y al esmero de evitar indeseados daños colaterales contra víctimas civiles. ¿Se lo sabe Donald Trump?

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