“Marine” podrá bailar
La cuestión no es si Marine Le Pen superará la primera vuelta de las presidenciales francesas, es cómo perderá la segunda
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Lento pero con paso firme, el neofascismo sonriente (versión siglo XXI) se inserta en la vida política francesa como si fuera una ideología inofensiva. La cuestión ahora no es si Marine Le Pen superará la primera vuelta de las presidenciales el 23 de abril, sino cómo perderá la segunda, el 9 de mayo, es decir, cuantos millones de votos habrá a su favor. Su partido, el Frente Nacional, no tiene representación parlamentaria ni dirige ninguna gran comunidad regional aunque, desde 2012, haya entrado con fuerza en todas las estructuras del poder político: ayuntamientos, colectividades locales, cantonales y departamentales. Ocupa posiciones estatuarias en el cuerpo del sistema democrático representativo, gana peso en la mente de una parte cada vez más amplia de las clases populares, atrae a la juventud, coacciona la ideología de la derecha tradicional, se convierte, en resumidas cuentas, en un partido que “dice algo”, proclamando supuestamente a voz alta lo que muchos piensan en silencio. Es decir, grita con odio contra el sistema político en nombre del viejo lema populista: “todos podridos”.
En sus mítines, Marine Le Pen se presenta como una salvadora perseguida por los medios de comunicación, odiada por la “vieja” clase política, blanco de las fuerzas “europeístas”; es una Juana de Arco amenazada de hoguera por hablar en nombre del pueblo y encarnar la “resistencia” de Francia. Numerosos son quienes la llaman ahora solo por su nombre, “Marine”, cuando los demás candidatos son tratados por su apellido. “Marine” es casi una amiga protectora de los desheredados nacionales en un país “colonizado” por inmigrantes y amenazado a sangre por los tecnócratas europeos. A muchos su discurso les parece legítimo, natural, necesario. Domina poco a poco el sentido común, lo cual expresa, como bien se sabe, la quintaesencia de la política de las pasiones en oposición a la política de la razón. Tiene éxito, porque la democracia francesa está enferma y tendrá más peso aún, porque el sistema partidario tradicional está muriendo.
Marine Le Pen se presenta como una salvadora perseguida por los medio, odiada por la “vieja” clase política; es una Juana de Arco amenazada de hoguera por hablar en nombre del pueblo
“Marine” sabe que no puede ganar esta vez, porque precisa, en la segunda vuelta, aliados que su partido, el Frente Nacional, no tiene. Es todavía una fuerza de primera vuelta que será irremediablemente eliminada en la segunda, salvo un terremoto electoral. Ninguno de los candidatos se atreverá a sostenerla; todos apoyarán a su rival, porque comparten la idea de que esta candidata encarna una ideología peligrosa para la República. Pero el que vencerá, Emmanuel Macron o François Fillon, será un presidente blando, porque derecha e izquierda padecen de graves crisis.
En caso de victoria de Fillon, y si el score de Marine Le Pen supera en la segunda vuelta el 40%, habrá en las legislativas de junio 2017 inevitablemente diputados del Frente Nacional que podrán apoyar, como en 1986, a la derecha tradicional; si es Macron el ganador, es poco probable que su partido, En Marche, pueda imponer una mayoría coherente en el parlamento con una derecha al acecho y un partido socialista estallado. En cualquier caso, “Marine” tendrá motivos para bailar.
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